9 de noviembre
Según una tradición que arranca del siglo XII, se celebra
el día de hoy el aniversario de la dedicación de la basílica
construida por el emperador Constantino en el Laterano. Esta
celebración fue primero una fiesta de la ciudad de Roma; más
tarde se extendió a toda la Iglesia de rito romano, con el fin
de honrar aquella basílica, que es llamada "madre y cabeza
de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe", en señal de amor
y de unidad para con toda la cátedra de Pedro que, como escribió
san Ignacio de Antioquía "preside a todos los congregados en
la caridad".
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Venid, adoremos a Cristo, que amó a la Iglesia y
se entregó por ella.
HIMNO
Nueva Jerusalén y ciudad santa,
nuevo Israel, nueva morada
de la comunidad de Dios en Cristo edificada,
Iglesia santa.
Esposa engalanada, con Cristo desposada
por obra del Espíritu en sólida alianza,
divino hogar, fuego de Dios que al mundo inflama,
Iglesia santa.
Edén de Dios y nuevo paraíso,
donde el nuevo Adán recrea a sus hermanos,
donde el «no» del pecador, por pura gracia,
el «sí» eterno de amor de Dios alcanza,
Iglesia santa.
Adoremos a Dios omnipotente y a su Espíritu,
que en el Hijo Jesús, Señor constituido,
del hombre que ha caído raza de Dios levanta.
Iglesia santa. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 ¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos, puertas
antiguas.
- Salmo 23 -
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 ¡Portones!, alzad los dinteles, levantaos, puertas
antiguas.
Ant. 2 ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los
ejércitos!
--Salmo 83--
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:
cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de altura en altura
hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.
Un solo día en tu casa
vale más que otros mil,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria,
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los
ejércitos!
Ant. 3 ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de
Dios!
--Salmo 86--
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»
Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de
Dios!
VERSÍCULO
V. Me postraré hacia tu santuario.
R. Daré gracias a tu nombre, Señor.
PRIMERA LECTURA
De la primera carta del apóstol san Pedro
2, 1-17
Hermanos: Después de haberos despojado de toda
maldad y de toda falsedad, de las hipocresías y envidias,
y de toda clase de murmuración, apeteced, como niños
recién nacidos, la leche pura espiritual. Con ella podréis
crecer hasta alcanzar la salvación, si es que realmente
habéis saboreado lo bueno que es el Señor.
Acercándoos al Señor, la piedra viva, rechazada por
los hombres, pero escogida y apreciada por Dios, también
vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción
del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado,
para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo. Por eso se lee en la Escritura: «Ved que pon-
go en Sión una piedra angular escogida y preciosa.
Y quien tenga fe en ella no será defraudado.»
Por consiguiente, a vosotros, que tenéis fe, os corres-
ponde el honor; mas, para los que no tienen fe, «la piedra
que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angu-
lar, y ha venido a ser piedra de tropiezo y roca de escán-
dalo». Y tropiezan en ella porque no tienen fe en la pa-
labra de Cristo, para la cual estaban destinados.
Vosotros, en cambio, sois «linaje escogido, sacerdocio
regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para pro-
clamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla
y a entrar en su luz maravillosa». Vosotros, que en otro
tiempo «no erais pueblo», sois ahora «pueblo de Dios»;
vosotros, que estabais «excluidos de la misericordia», sois
ahora «objeto de la misericordia de Dios».
Hermanos, os exhorto a que, como forasteros y pere-
grinos que sois, os abstengáis de las pasiones terrenas
que hacen guerra al alma. Observad entre los gentiles una
conducta ejemplar. Así, por aquello mismo en que os ca-
lumnian como a malhechores, darán gloria a Dios, cuan-
do vean y consideren vuestras buenas obras, el día en que
él venga a «visitarlos» con su gracia.
Sed sumisos a toda humana autoridad a causa del
Señor: ya sea al soberano, en cuanto que tiene el mando;
o bien a los gobernadores, como delegados suyos que son
para castigar a los malhechores y para alabanza de los
hombres de bien. Porque ésta es la voluntad de Dios:
que, obrando el bien, hagáis callar a la ignorancia de los
hombres insensatos. Portaos en esto como hombres li-
bres, no como quienes se sirven de la libertad sólo para
ocultar su maldad, sino como conviene a los que son sier-
vos de Dios. Sed deferentes con todos, amad a vuestros
hermanos, temed a Dios y honrad al soberano.
Responsorio
R. Las murallas de Jerusalén serán adornadas con pie-
dras preciosas. * Y sus torres serán batidas con oro.
V. Las puertas de Jerusalén serán rehechas con zafiros
y esmeraldas, y con piedras preciosas sus murallas.
R. Y sus torres serán batidas con oro.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Cesáreo de Arles, obispo
Hoy, hermanos muy amados, celebramos con gozo y
alegría, por la benignidad de Cristo, la dedicación de este
templo; pero nosotros debemos ser el templo vivo y ver-
dadero de Dios. Con razón, sin embargo, celebran los
pueblos cristianos la solemnidad de la Iglesia madre, ya
que son conscientes de que por ella han renacido espiri-
tualmente. En efecto, nosotros, que por nuestro primer
nacimiento fuimos objeto de la ira de Dios, por el se-
gundo hemos llegado a ser objeto de su misericordia.
El primer nacimiento fue para muerte; el segundo nos
restituyó a la vida.
Todos nosotros, amadísimos, antes del bautismo fui-
mos lugar en donde habitaba el demonio; después del
bautismo nos convertimos en templos de Cristo. Y, si pen-
samos con atención en lo que atañe a la salvación de
nuestras almas, tomamos conciencia de nuestra condi-
ción de templos verdaderos y vivos de Dios. Dios habita
no sólo en templos levantados por los hombres ni en
casas hechas de piedra y de madera, sino principalmente
en el alma hecha a imagen de Dios y construida por él
mismo, que es su arquitecto. Por esto dice el apóstol
Pablo: El templo de Dios es santo: ese templo sois vo-
sotros.
Y, ya que Cristo, con su venida, arrojó de nuestros co-
razones al demonio para prepararse un templo en noso-
tros, esforcémonos al máximo, con su ayuda, para que
Cristo no sea deshonrado en nosotros por nuestras ma-
las obras. Porque todo el que obra mal deshonra a Cris-
to. Como antes he dicho, antes de que Cristo nos redi-
miera éramos casa del demonio; después hemos llegado
a ser casa de Dios, ya que Dios se ha dignado hacer de
nosotros una casa para sí.
Por esto, nosotros, carísimos, si queremos celebrar
con alegría la dedicación del templo, no debemos destruir
en nosotros, con nuestras malas obras, el templo vivo
de Dios. Lo diré de una manera inteligible para todos:
debemos disponer nuestras almas del mismo modo como
deseamos encontrar dispuesta la iglesia cuando venimos
a ella.
¿Deseas encontrar limpia la basílica? Pues no ensucies
tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica esté
bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté
en tinieblas, sino que sea verdad lo que dice el Señor:
que brille en nosotros la luz de las buenas obras y sea
glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo
que tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en
tu alma, como tiene prometido: Habitaré en medio de
ellos y andaré entre ellos.
Responsorio
R. Vi que debajo del umbral del templó salía agua, la
cual se deslizaba hacia el lado derecho, aleluya; y
todos aquellos a quienes llegó esta agua * tuvieron
vida abundante y cantaban: «Aleluya, aleluya.»
V. En la dedicación del templo el pueblo entonaba ala-
banzas, y resonaba en su boca un bello canto.
R. Tuvieron vida abundante y cantaban: «Aleluya, ale-
luya.»
HIMNO FINAL
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
Oremos:
Señor, tú que con piedras vivas y elegidas edificas
el templo eterno de tu gloria: acrecienta los dones
que el Espíritu ha dado a la Iglesia para que tu pue-
blo fiel, creciendo como cuerpo de Cristo, llegue a ser
la nueva y definitiva Jerusalén. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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