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Oficio de lectura
Viernes XVII Ordinario
San Juan María Vianney, presbítero.
Memoria.

Nació cerca de Lyon el año 1786. Tuvo que superar muchas
dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le
confió la parroquía de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo,
con una activa predicación, con la mortificación, la oración y
la caridad, la gobernó, y promovió de un modo admirable su
adelanto espiritual. Estaba dotado de unas cualidades extraor-
dinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen
a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos. Murió
el año 1859.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Delante de tus ojos
ya no enrojecemos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de los pueblos
nos guardas como un resto,
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo,
revoca sus decretos:
la salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

- Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-28-
--I--

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerra contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
"Yo soy tu victoria."

Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
"Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?"

Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

--II--

Yo, en cambio, cuando estabn enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.

Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste,
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;

me laceraban sin cesar,
cruelmente ser burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

--III--

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,

y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.

Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no se hagan guiños a mi costa
los que odian sin razón.

Señor, tú lo has visto, no te calles;
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío;
Señor mío, defiende mi causa.
Júzgame tú según tu justicia.

Que cantes y se alegren
los que desean mi victoria;
que repitan siempre: "Grande es el Señor",
los que desean la paz a tu siervo.

Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabaré

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

VERSÍCULO

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes
16, 29—17, 16

Ajab, hijo de Omrí, comenzó a reinar en Israel el año
treinta y ocho de Asá, rey de Judá. Ajab, hijo de Omrí,
reinó sobre Israel en Samaría veintidós años. Hizo el mal
a los ojos del Señor más que todos sus predecesores.

Xo sólo imitó los pecados de Jeroboam, hijo de Nabat,
sino que, además, tomó por mujer a Jezabel, hija de
Ittobaal, rey de los sidonios, y sirvió a Baal, postrándose
ante él. Alzó un altar a Baal en el santuario que le edi-
ficó en Samaría. Hizo también Ajab el cipo y aumentó
la indignación del Señor, Dios de Israel, más que todos
los reyes de Israel que lo precedieron. En su tiempo,
Jiel de Betel reedificó Jericó. Sobre Abirón, su primo-
génito, echó los cimientos, y sobre Segub, su hijo menor,
asentó las puertas, según la palabra que había pronun-
ciado el Señor por boca de Josué, hijo de Nun.

Elias tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab:

«Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo. No habrá
estos años rocío ni lluvia, más que cuando mi boca
lo diga.»

Fue dirigida la palabra del Señor a Ellas de esta ma-
nera:

«Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el
torrente de Kerit, que está al este del Jordán. Beberás
del torrente y encargaré a los cuervos que te sustenten
allí.»

Hizo según la palabra del Señor, y se fue a vivir en
el torrente de Kerit, que está al este del Jordán. Los
cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la
tarde, y bebía del torrente. Al cabo de algún tiempo se
secó el torrente, porque no había lluvia en el país.

Le fue dirigida la palabra del Señor a Elias, de esta
manera:

«Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate allí,
pues he ordenado a una mujer viuda de ese lugar que te
dé de comer.»

Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la
puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que re-
cogía leña. La llamó Elias y le dijo:

«Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu
vaso, para que pueda beber.»

Cuando ella iba a traérsela, le gritó:

«Tráeme también, por favor, un bocado de pan en tu
mano.»

Ella dijo:

«Vive el Señor, tu Dios, no tengo nada de pan cocido;
sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco
de aceite en la orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré
y lo prepararé para mí y para mi hijo; lo comeremos y
moriremos.»

Pero Elias le dijo:

«No temas. Entra y haz como has dicho, pero prime-
ro haz una torta pequeña para mí y tráemela, y luego
la harás para ti y para tu hijo. Porque así habla el Señor,
Dios de Israel: "No se acabará la harina en la tinaja,
ni se agotará el aceite en la orza, hasta el día en que
el Señor haga caer la lluvia sobre la faz de la tierra."»

Ella se fue e hizo según la palabra de Elias, y co-
mieron él, ella y su hijo. No se acabó la harina en la
tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra
que el Señor había dicho por boca de Elias.

Responsorio

R. El profeta Elias oró para que no lloviese y no llovió;
* oró de nuevo y el cielo envió la lluvia.

V. Surgió Elias como un fuego y sus palabras eran
como un horno encendido; con la palabra del Señor
sujetó el cielo.

R. Oró de nuevo y el cielo envió la lluvia.

SEGUNDA LECTURA

De la catequesis de san Juan María Vianney, presbítero

Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cris-
tiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto nues-
tro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí
donde está nuestro tesoro.

El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar
y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad
en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios.
Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios
experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura
que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz
admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son
como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya
nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión
de Dios con su pobre creatura; es una felicidad que
supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero
Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él.
Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la ora-
ción lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración
es una degustación anticipada del cielo, hace que una
parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin
dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma
y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se
funden las penas como la nieve ante el sol.

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiem-
po transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se
percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bres-
se, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas ha-
bían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas,
durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que
el tiempo se me hacía corto.

Hay personas que se sumergen totalmente en la ora-
ción, como los peces en el agua, porque están totalmente
entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido.
¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco
de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban
con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos
a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir!
Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier per-
sona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos
que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo
dos palabras, para deshacerme de ti...» Muchas veces
pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obten-
dríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con
una fe muy viva y un corazón muy puro.

Responsorio

R. Una tribulación pasajera y liviana produce en no-
sotros * un inmenso e incalculable tesoro de gloria.

V. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del
hombre lo que Dios ha preparado para los que le
aman.

R. Un inmenso e incalculable tesoro de gloria.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y lleno de bondad, que nos has
dado en san Juan María Vianney un modelo de pastor
apasionadamente consagrado a su ministerio, concéde-
nos, por su interseción, dedicar como él nuestras vidas
a ganar para Cristo a nuestros hermanos por medio de
la caridad y alcanzar, juntamente con ellos, la gloria
eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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