[Laudes] [Angelus] [Nona] [Vísperas] [Completas] [El Santo Rosario]
[Inicio]

Oficio de lectura
DÍA VII INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

31 de diciembre

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Alégrese tierra y cielo,
pues el Verbo que ha nacido
viene, siendo Dios, vestido
de carne en humano velo.

De la raíz de Jesé
salió la graciosa vara
de más frescor y más clara
que en jamás será ni fue.

Della hizo el Verbo cielo,
y fue tan esclarecido,
que sale de allí vestido
de carne en humano velo.

La nieve siente y el hielo,
aunque es Dios de Dios venido,
porque Dios está vestido
de carne en humano velo.

En traje de humanidad
nace el Verbo con cuidado
por destruir el pecado
y dar a Dios su heredad.

Quiere dar al hombre el cielo
por ser su amor tan subido;
y, ansí, se muestra vestido
de carne en humano velo.

A la Santa Trinidad
que nos dio la redención,
gloria, honor y bendición
por toda la eternidad. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Alégrese el cielo, goce la tierra, delante del
Señor, que ya llega.

- Salmo 95 -

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras días su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todo los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: "El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente."

Alégrense el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto ha y en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Alégrese el cielo, goce la tierra, delante del
Señor, que ya llega.

Ant. 2 Amanece la luz para el justo, y la alegría para
los rectos de corazón. Aleluya.

- Salmo 96 -

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tinieblas y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.

Delante de él avanza fuego
abrazando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.

Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.

Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;

porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.

El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.

Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos con el Señor,
celebrad su santo nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Amanece la luz para el justo, y la alegría para
los rectos de corazón. Aleluya.

Ant. 3 El Señor da a conocer su victoria. Aleluya.

-Salmo 97-

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad:

tocad la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas
aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 El Señor da a conocer su victoria. Aleluya.

VERSÍCULO

V. En estos tiempos, que son los últimos,
nos ha hablado Dios por medio de su Hijo.
R. Por quien creó los mundos.

PRIMERA LECTURA

Del libro del Cantar de los cantares
2, 8—3, 5

¡Escucho una voz...! Es mi amado que ya llega, sal-
tando sobre los montes, brincando por las colinas. Es mi
amado semejante a un venado, a un ágil cervatillo. Vedle
aquí ya apostado detrás de nuestra cerca, mirando por
las ventanas, atisbando por las rejas. Empieza a hablar
mi amado y me dice:

«Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Porque,
mira, ya ha pasado el invierno, ya han cesado las llu-
vias y se han ido. Brotan flores en los campos, el tiem-
po de canciones ha llegado, ya el arrullo de la tórtola
se ha escuchado en nuestra tierra. Apuntan ya los higos
en la higuera, y las viñas en flor exhalan sus perfumes.
¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven! Paloma
mía que anidas en los huecos de la peña, en las grietas
del barranco, déjame escuchar tu voz, permíteme ver tu
rostro, porque es muy dulce tu hablar y gracioso tu
semblante.»

Cazadnos las raposas, las raposas pequeñitas, que des-
trozan nuestras viñas, nuestras viñas florecidas. Mi ama-
do es para mí, y yo para él; él pastorea entre azucenas.
Mientras sopla la brisa y las sombras se alargan, retorna,
amado mío, imita al cervatillo por montes y quebradas.

En mi cama, por la noche, buscaba al amor de mi
alma: lo busqué, y no lo encontré. Me levanté y recorrí
la ciudad por las calles y las plazas, buscando al amor
de mi alma; lo busqué, y no lo encontré. Me han encon-
trado los guardias que rondan por la ciudad:

«¿Visteis al amor de mi alma?»

Pero, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma:
lo abracé y ya no lo soltaré, hasta entrarlo en la casa de
mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus en-
trañas.

¡Muchachas de Jerusalén, por las ciervas y las gacelas
de los campos, os conjuro que no vayáis a molestar, que
no despertéis al amor, hasta que él quiera!

Responsorio

R. Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven; es muy
dulce tu hablar y gracioso tu semblante.

V. Escucha, hija, mira: inclina el oído; prendado está
el rey de tu belleza.

R. Es muy dulce tu hablar y gracioso tu semblante.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san León Magno, papa

Aunque el estado de infancia, que el Hijo de Dios
asumió sin considerarlo impropio de su grandeza, se haya
transformado ya en estado de varón perfecto y aunque,
una vez consumado el triunfo de la pasión y resurrección,
haya llegado a su fin todo lo que era propio del estado
de anonadamiento, que el Señor aceptó por nosotros, sin
embargo, la fiesta de la Natividad renueva para nosotros
los comienzos sagrados de la vida de Jesús, nacido de la
Virgen María; y, al adorar el nacimiento de nuestro Salva-
dor, se nos invita a celebrar también nuestro propio na-
cimiento como cristianos.

La generación de Cristo, en efecto, es el origen del
pueblo cristiano, ya que el nacimiento de la cabeza inclu-
ye en sí el nacimiento de todo el cuerpo.

Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar
parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determina-
do y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido lla-
mados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad
de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con
Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido
crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en
su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre
en su ascensión.

El creyente que en cualquier parte del mundo es rege-
nerado en Cristo se libra de la culpa original y, al renacer,
se transforma en un hombre nuevo; en adelante ya no
cuenta la generación carnal de sus padres, sino la gene-
ración por la que ha renacido del Salvador, que quiso
hacerse Hijo del hombre para que nosotros pudiéramos
llegar a ser hijos de Dios.

Pues, si él no hubiera descendido por su humildad
hasta nosotros, jamás ninguno de nosotros, por sus pro-
pios méritos, hubiera podido llegar hasta él.

Por eso la misma grandeza del don que nos ha sido
otorgado exige de nosotros una veneración proporciona-
da a la excelsitud de esta -dádiva; así nos lo enseña el
Apóstol, cuando dice: Aro hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer
las gracias que Dios nos ha otorgado; el mejor modo de
ofrecer a Dios nuestro homenaje religioso es, sin duda,
ofrecerle lo que él mismo nos ha dado.

Y ¿qué cosa mejor podríamos encontrar entre los do-
nes divinos, para honrar la fiesta de hoy, que aquella paz
que anunciaron los ángeles en el nacimiento del Señor?

En efecto, esta paz es la que engendra hijos de Dios, la
que alimenta el amor, la que es madre de la unidad. Ella
es descanso para los santos y tabernáculo donde moran
los invitados al reino eterno. El fruto propio de esta paz
es que se unan a Dios aquellos que el Señor ha segregado
del mundo.

Por tanto, que quienes traen su origen no de la sangre
ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del
mismo Dios, ofrezcan al Padre la concordia propia de los
hijos que están animados por el deseo de la paz, y que
todos los miembros de la familia de adopción vivan uni-
dos en aquel que es el primogénito de la nueva creación,
que no vino a hacer su propia voluntad, sino la voluntad
de aquel que lo envió. Pues los que han sido adoptados
por la gracia del Padre, para ser sus herederos, no son
los que viven en medio de discordias y contiendas, sino
los que tienen un único pensar y un mismo querer. Los
que han sido llamados a reproducir la única imagen del
Padre deben tener una sola alma.

Por ello el nacimiento del Señor es el nacimiento de
la paz; como lo dice el Apóstol: Él es nuestra paz; él ha
hecho de los dos pueblos una sola cosa, porque, tanto los
judíos como los gentiles, por medio de él tenemos acceso
al Padre en un solo Espíritu.

Responsorio

R. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que
antes estabais lejos. * Él es nuestra paz; él ha hecho
de los dos pueblos una sola cosa.

V. Y, cuando vino, anunció la buena nueva de la paz:
paz a vosotros, los que estabais lejos, y paz a los que
estaban cerca.

R. Él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos
una sola cosa.

HIMNO FINAL

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que en el nacimiento
de tu Hijo nos has dado la fuente y la cumbre de
toda religión, concédenos contarnos siempre en el
rebaño de aquel en quien está la savación de todo
el género humano. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

Donativos

Esta página fue digitalizada por
El Equipo de oficiodivino.com
rector@oficiodivino.com
oficiodivino@hotmail.com

En Twitter: @oficiodivinomx

En YouTube: oficiodivino

Si deseas ayudarnos:
[Tu ayuda]

2019

[Laudes] [Angelus] [Nona] [Vísperas] [Completas] [El Santo Rosario]
[Inicio]