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Oficio de lectura
Todos los Santos
Solemnidad

1 noviembre

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Venid, adoremos al Señor, a quien glorifica la
asamblea de los santos.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Nacidos del amor para la vida,
vivieron un amor nunca acabado,
murieron un amor crucificado
en una carne débil no abatida.

Hirieron con la sangre de su herida
el animal salvaje del pecado,
floreció su bautismo en el Amado
con una santidad comprometida.

Hombres como nosotros, compañeros
del silencio extasiado o de la guerra,
en la fatiga de todos los senderos.

Danos, Padre, gozar su compañía,
ser testigos del cielo aquí en la tierra
y, como ellos, vivir en agonía. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Admirable es tu nombre, Señor, porque coronaste
de gloria y dignidad a tus santos y les diste el mando
sobre las obras de tus manos.

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos;
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él;
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:

rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por las aguas.

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Admirable es tu nombre, Señor, porque coronaste
de gloria y dignidad a tus santos y les diste el mando
sobre las obras de tus manos.

Ant. 2 Dichosos los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios.

Salmo 14

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará. i

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Dichosos los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios.

Ant. 3 A tus santos, Señor, les enseñaste el sendero
de la vida; ahora los sacias de gozo en tu presencia.

-Salmo 15-

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 A tus santos, Señor, les enseñaste el sendero
de la vida; ahora los sacias de gozo en tu presencia.

VERSÍCULO

V. Contemplad al Señor y quedaréis radiantes.
R. Vuestro rostro no se avergonzará.

PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis
5, 1-14

Yo, Juan, vi, a. la derecha del que estaba sentado en
el trono, un libro escrito por dentro y por fuera, y se-
llado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que gri-
taba a grandes voces:

«¿Quién es digno de abrir el libro y romper sus se-
llos?»

Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la
tierra, podía abrir el libro ni ver su contenido. Yo lloraba
mucho, porque no se encontró a nadie digno dé abrir el
libro y de ver su contenido. Pero uno de los ancianos
me dijo:

«No llores más. Mira que ha vencido el león de la
tribu de Judá, el vastago de David, y él puede abrir el
libro y sus siete sellos.»

Y vi en medio, donde estaban el trono y los cuatro
seres y en medio de los ancianos, un Cordero en pie y
como degollado. Tenía siete cuernos y siete ojos, es
decir: los siete espíritus de Dios, enviados por toda la
tierra. Vino y tomó el libro de la diestra del que estaba
sentado en el trono. Y, cuando lo hubo tomado, los cua-
tro seres y los veinticuatro ancianos se postraron ante
el Cordero, teniendo cada uno su cítara y sus copas de
oro llenas de incienso, que significaban las oraciones de
los santos. Y cantaban un cántico nuevo, diciendo:

«Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos, por-
que fuiste degollado y por tu sangre compraste para
Dios hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y
has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacer-
dotes y reinan sobre la tierra.»

Y tuve otra visión. Y oí un coro de muchos ángeles
alrededor del trono y de los seres y de los ancianos.
Y era su número miríadas de miríadas y millares de mi-
llares. Y aquel coro inmenso de voces decía:

«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder,
la riqueza y la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria
y la alabanza.»

Y todas las creaturas que existen en el cielo y sobre
la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo cuanto
en ellos se contiene, oí que decían:

«Al que se sienta en el trono y al Cordero la alaban-
za, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los
siglos.»

Y los cuatro seres respondían:

«Amén.»

Y los ancianos cayeron de hinojos y rindieron adora-
ción al que vive por todos los siglos.

Responsorio

R. Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que
eres y el que eras, * porque comenzaste a reinar
y llegó el tiempo de dar el galardón a tus siervos
y a los santos.

V. Que todas tus creaturas te den gracias, Señor, que
te bendigan tus fieles.

R. Porque comenzaste a reinar y llegó el tiempo de
dar el galardón a tus siervos y a los santos.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Bernardo, abad

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nues-
tra glorificación, esta misma solemnidad que celebra-
mos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben
del Padre celestial los honores que les había prometido
verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios?
Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les aña-
de nada nuestra devoción. Es que la veneración de su
memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo
que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se
enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo que promueve o aumenta en noso-
tros el recuerdo de los santos es el de gozar de su com-
pañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y
compañeros de los espíritus bienaventurados, de convi-
vir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de
los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejér-
cito incontable de los mártires, con la asociación de
los confesores, con el coro de las vírgenes, para resumir,
el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de
todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogéni-
tos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los
santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso;
nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos; resucitemos con
Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro
corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos
desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, en-
tremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. He-
mos de desear no sólo la compañía, sino también la feli-
cidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosa-
mente la gloria que poseen aquellos cuya presencia de-
seamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peli-
gro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo que enciende en nosotros la conme-
moración de los santos es que, como a ellos, también a
nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida,
y que nos manifestemos también nosotros con él, re-
vestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra ca-
beza se nos representa no tal como es, sino tal como se
hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado
de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel
que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros,
miembros suyos, debemos avergonzarnos de nuestros
refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de
honor y no de irrisión. Llegará un día en que vendrá
Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte, para
recordarnos que también nosotros estamos muertos y
nuestra vida está oculta con él. Se manifestará la ca-
beza gloriosa y, junto con él, brillarán glorificados sus
miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo
en un cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.
Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total.
Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y
aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también
en gran manera la intercesión de los santos, para que
ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.

Responsorio

R. Alabad al Señor, sus siervos todos, los que le te-
méis, pequeños y grandes; * porque reina el Señor,
nuestro Dios, dueño de todo.

V. Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza
de los buenos.

R. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo.

HIMNO FINAL

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que nos concedes cele-
brar los méritos de todos los santos en una misma
solemnidad, te rogamos que, por las súplicas de tan
numerosos intercesores, nos concedas en abundancia
los dones que te pedimos. Por nuestro Señor Jesu-
Cristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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