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Oficio de lectura
Viernes I Ordinario
SAN ANTONIO, abad
Memoria

Este ilustre padre del monaquismo nació en Egipto hacia
el año 250. Al morir sus padres, distribuyó sus bienes entre los
pobres y se retiró al desierto, donde comenzó a llevar una
vida de penitencia. Tuvo muchos discípulos; trabajó en favor
de la Iglesia, confortando a los confesores de la fe durante
la persecución de Diocleciano, y apoyando a san Atanasio en
sus luchas contra los arrianos. Murió el año 356.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Delante de tus ojos
ya no enrojecemos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de los pueblos
nos guardas como un resto,
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo,
revoca sus decretos:
la salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

- Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-28-
--I--

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerra contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
"Yo soy tu victoria."

Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
"Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?"

Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

--II--

Yo, en cambio, cuando estabn enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.

Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste,
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;

me laceraban sin cesar,
cruelmente ser burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

--III--

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,

y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.

Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no se hagan guiños a mi costa
los que odian sin razón.

Señor, tú lo has visto, no te calles;
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío;
Señor mío, defiende mi causa.
Júzgame tú según tu justicia.

Que cantes y se alegren
los que desean mi victoria;
que repitan siempre: "Grande es el Señor",
los que desean la paz a tu siervo.

Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabaré

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

VERSÍCULO

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos
3, 1-20

Hermanos: ¿Cuáles son entonces las ventajas del ju-
dío, o qué utilidad le reporta la circuncisión? Muchas,
bajo todos los conceptos. Ante todo, a ellos fueron con-
fiados los oráculos divinos.

Pero, ¿qué decir si algunos de ellos no los han lle-
gado a creer? ¿Que su infidelidad va a anular la fideli-
dad de Dios? De ninguna manera. Tengamos bien en-
tendido que Dios es veraz y que, por el contrario, todo
hombre es falaz. Como dice la Escritura: «Para que
seas proclamado justo en todas tus palabras y salgas
vencedor, si a juicio te convocan.»

Entonces, si nuestra iniquidad hace resaltar efectiva-
mente la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Qué Dios es
injusto al descargar su cólera? (Digo según nuestro modo
de hablar.) De ninguna manera. Si así fuese, ¿cómo iba
Dios a condenar al mundo? Y, si la veracidad de Dios
obtiene más gloria por mi falsedad, ¿por qué me tienen
todavía por pecador? ¿Y por qué entonces no enseñar
(como se nos calumnia y como dicen algunos que ense-
ñamos) aquello de: Hagamos el mal para que venga el
bien? Para éstos es, según toda justicia, su condenación.

En definitiva, nosotros, judíos, ¿tenemos alguna venta-
ja? No. Ya dejamos antes probado que tanto judíos como
gentiles se encuentran todos bajo el dominio del peca-
do. Así lo dice la Escritura: «No hay justos, ni siquiera
hay uno solo; no hay un sensato, no hay quien busque
a Dios. Todos se han extraviado, todos se han corrompi-
do; no hay quien practique el bien; no hay siquiera uno
solo. Son sus gargantas cual sepulcro abierto; falseda-
des maquinan con sus lenguas; veneno de áspid hay en-
tre sus labios, rebosando sus bocas maldición y amar-
gor. Son veloces sus pies para derramar sangre. Ruina
y miseria brotan a su paso. No dieron con la senda de
la paz, ni ante sus ojos hay temor de Dios.»

Ahora bien, sabemos que todo cuanto dice la Escri-
tura lo dice para los que viven sometidos a la ley; de
modo que todos tienen que callar y todo el mundo tiene
que reconocerse reo ante Dios. Porque, por las obras de
la ley, no alcanzará ningún hombre la justificación ante
Dios. La ley no trae otra cosa que el conocimiento del
pecado.

Responsorio

R. Dios observa desde el cielo a los hijos de Adán, para
ver si hay alguno sensato que busque a Dios. * To-
dos se extravían igualmente obstinados, no hay uno
que obre bien, ni uno solo.

V. Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de
Dios; así lo dice la Escritura: «No hay justos, ni
siquiera hay uno solo.»

R. Todos se extravían igualmente obstinados, no hay
uno que obre bien, ni uno solo.

SEGUNDA LECTURA

De la Vida de san Antonio, escrita por san Atanasio, obispo

Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos die-
ciocho o veinte años, y quedó él solo con su única her-
mana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y
del cuidado de su hermana.

Habían transcurrido apenas seis meses de la muerte
de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según cos-
tumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo
los apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salva-
dor, y cómo, según narran los Hechos de los apóstoles,
muchos vendían sus posesiones y ponían el precio de la
venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran
entre los pobres; pensaba también en la magnitud de la
esperanza que para éstos estaba reservada en el cielo;
imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio
la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo
aquellas palabras del Señor en el Evangelio: Si quieres
ser perfecto, ve a vender lo que tienes, dalo a los pobres,
y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sigúeme.

Entonces Antonio, como si Dios le hubiese infundido
el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si
aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para
él, salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los
aldeanos de las posesiones heredadas de sus padres (te-
nía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el
fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana.
Vendió también todos sus bienes muebles y repartió en-
tre los pobres la considerable cantidad resultante de esta
venta, reservando sólo una pequeña parte para su her-
mana.

Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas
palabras del Señor en el Evangelio: No os inquietéis por
el día siguiente. Saliendo otra vez, dio a los necesitados
incluso lo poco que se había reservado, ya que no sopor-
taba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad.
Encomendó su hermana a unas vírgenes que él sabía eran
de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente
educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya
de cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma
casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación.

Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía
aquella afirmación de la Escritura: Si alguno no quiere
trabajar, que tampoco coma; lo que ganaba con su traba-
jo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los
pobres.

Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido
que es necesario retirarse para orar sin cesar: en efecto,
ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo
que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en
que su memoria suplía los libros.

Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres
honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta,
lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un
hijo o como a un hermano.

Responsorio

R. Si quieres ser perfecto, ve a vender lo que tienes,
dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo;
* luego ven y sígueme.

V. El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser
mi discípulo.

R. Luego ven y sígueme.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor, tú que inspiraste a san Antonio abad el deseo
de retirarse al desierto para servirte allí con una vida
admirable, haz que, por su intercesión, tengamos la fuer-
za de renunciar a todo lo que nos separe de ti y sepamos
amarte por encima de todo. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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