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Oficio de lectura
Lunes IX Ordinario
SAN BONIFACIO,
obispo y mártir.
Memoria

5 de junio

Nació en Inglaterra hacia el año 673; después de haber
vivido como monje en el monasterio de Exeter, el año 719
partió para Alemania, donde predicó la fe cristiana, obtenien-
do excelentes resultados. Fue ordenado obispo y gobernó la
Iglesia de Maguncia. Con la ayuda de varios colaboradores,
fundó o restauró diversas Iglesias en Baviera, Turingia y
Franconia. También convocó concilios y promulgó leyes. El
año 754, mientras evangelizaba a los frisones, fue asesinado
por unos paganos. Su cuerpo recibió sepultura en el monas-
terio de Fulda.

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Entremos en la presencia del Señor dándole gracias.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Dios de la tierra y del cielo,
que por dejarlas más clara,
las grandes aguas separas,
pones límite al cielo.

Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nube a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,

danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.

Hazlo en la fe luminoso,
alegre en austeridad,
y hágalo tu claridad
salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.

- Salmo 6 -

Señor, no me corrijas con tu ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuando?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tanta contradicciones.

Apartaos de mí los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.

Salmo 9A
--I--

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!

Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho
sentado en tu trono como juez justo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.

Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él jusgará el orbe con justicia
y regirá los pueblos con rectitud.

Él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confían en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.

Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

-II -

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda,
y no olvida los gritos de los humildes.

Piedad, Señor; mira cómo me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.

Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.

Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza de humilde perecerá.

Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infundeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

VERSÍCULO

V. Enséñame a cumplir tu voluntad.
R. Y a guardarla de todo corazón.

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago
2, 14-26

Hermanos, ¿qué provecho saca uno con decir: «Yo
tengo fe», si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo la
fe? Supongamos que un hermano o una hermana no
tienen qué ponerse y andan faltos de alimento diario, y
que uno de vosotros les dice: «Andad con Dios, calen-
taos y buen provecho», pero sin darles lo necesario
para el cuerpo; ¿de qué sirve eso? Pues lo mismo la
fe: si no va acompañada de las obras, está muerta en
su soledad.

Y si alguno dijera: «Tú tienes fe y yo tengo obras»,
pruébame tu fe sin obras, que yo por mis obras te pro-
baré mi fe. Tú crees que hay un solo Dios; muy bien
hecho, pero eso lo creen también los demonios y los
hace temblar. ¿Quieres enterarte, estúpido, de que la fe
sin obras es inútil?

Nuestro padre Abraham, ¿no fue justificado por las
obras, por ofrecer a su hijo Isaac sobre el altar? Fíjate
en que la fe colaboraba con sus obras y que con las
obras se realizó la fe; así, llegó a cumplirse lo que dice
aquel pasaje de la Escritura: «Abraham se fió de Dios
y eso le valió la justificación», y se le llamó «amigo de
Dios». Ya ves que un hombre es justificado por las
obras, no por la fe sola.

Lo mismo vale de Rajab, la prostituta: ¿no fue jus-
tificada por sus obras, por acoger a los emisarios y ha-
cerlos salir por otro camino? O sea, lo mismo que un
cuerpo que no respira está muerto, también la fe sin
obras está muerta.

Responsorio

R. No todo el que me diga: «¡Señor, Señor!» entrará
en el reino de los cielos; * el que cumpla la volun-
tad de mi Padre celestial, ése entrará en el reino
de los cielos.

V. La fe, si no va acompañada de las obras, está muer-
ta en su soledad.

R. El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial,
ése entrará en el reino de los cielos.

SEGUNDA LECTURA

De las Cartas de san Bonifacio, obispo y mártir

La Iglesia, que como una gran nave surca los mares
de este mundo, y que es azotada por las olas de las di-
versas pruebas de esta vida, no ha de ser abandonada
a sí misma, sino gobernada.

De ello nos dan ejemplo nuestros primeros padres
Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de
Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los
cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, go-
bernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que es la
Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus
trabajos y sufrimientos hasta derramar su sangre.

Al pensar en éstos y otros semejantes, me estremez-
co y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto
por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobier-
no de la Iglesia que me ha sido confiado, si para ello
encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o en la
sagrada Escritura.

Mas, puesto que las cosas son así y la verdad puede
ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra
mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salo-
món: Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de
tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en
él, y él allanará tus sendas. Y en otro lugar: Torre Cor-
tísima es el nombre del Señor, en él espera el justo y es
socorrido. Mantengámonos en la justicia y preparemos
nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta
el tiempo que Dios quiera y digámosle: Señor, tú has
sido nuestro refugio de generación en generación.

Tengamos confianza en él, que es quien nos ha im-
puesto esta carga. Lo que no podamos llevar por noso-
tros mismos, llevémoslo con la fuerza de aquel que es
todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es suave y mi
carga ligera. Mantengámonos firmes en la lucha en el
día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de
angustia y aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por
las santas leyes de nuestros padres, para que merezca-
mos como ellos conseguir la herencia eterna.

No seamos perros mudos, no seamos centinelas silen-
ciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino
pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo,
anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pe-
queños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda
condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos
dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió
san Gregorio en su libro a los pastores de la Iglesia.

Responsorio

R. Queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino
incluso nuestro propio ser, * porque habíais llegado
a sernos muy queridos.

V. ¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de
parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros.

R. Porque habíais llegado a sernos muy queridos.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor, que la intercesión de tu mártir san Bonifacio
nos ayude a mantener con firmeza y a proclamar con
nuestras obras aquella misma fe que él predicó con su
palabra y testimonió con su sangre. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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