INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant A Jesucristo, rey de reyes, venid, adorémosle.
HIMNO
Porque eres Hijo de Dios
y eres hijo de María,
porque eres Palabra eterna
de humana carne vestida,
porque eres el Primogénito,
del Padre la imagen viva,
eres Rey de cielo y tierra,
y ante ti todo se inclina.
Cuando el pecado
pobló de cardos y ortigas
esta tierra que tu amor
había poblado de risas,
tomaste nuestra miseria
y tomaste nuestra vida;
te hiciste pecado amargo,
te hiciste dolor y espina.
Toma en tus manos ahora
esta creación enemiga,
y devuélvenos al Padre,
criaturas buenas y limpias;
toda criatura es tu reino
por origen y conquista,
y por ello te adoramos,
camino, verdad y vida. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Yo he sido establecido Rey en Sión, su monte
santo, y he proclamado sus decretos.
- Salmo 2 -
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alian los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo.»
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo.»
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.»
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Yo he sido establecido Rey en Sión, su monte
santo, y he proclamado sus decretos.
Ant. 2 Que se postren ante él todos los reyes, y que
todos los pueblos le sirvan.
--Salmo 71--
--I--
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.
Que dure tanto como el sol,
como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.
Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna.
Que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.
Que en su presencia se inclinen sus rivales;
que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas
le paguen tributo.
Que los reyes de Saba y de Arabia
le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Que se postren ante él todos los reyes, y que
todos los pueblos le sirvan.
Ant. 3 Que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
--II--
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.
Que viva y que le traigan el oro de Saba;
él intercederá por él pobre
y lo bendecirá.
Que haya trigo abundante en los campos,
y ondee en lo alto de los montes,
den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.
Que su nombre sea eterno,
y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso,
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
VERSÍCULO
V. Te hago luz de las naciones.
R. Para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra.
PRIMERA LECTURA
Del libro del Apocalipsis
1, 4-6. 10. 12-18; 2, 26. 28; 3, 5b. 12. 20-21
Gracia y paz a vosotros de parte de aquel que es, que
era y que será; de parte de los siete espíritus que están
ante su trono; y de parte de Jesucristo, el testigo veraz,
el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los
reyes de la tierra.
Y a aquel que nos ama, que nos ha lavado de nuestros
pecados con su sangre, que ha hecho de nosotros un
reino y sacerdotes para Dios, su Padre: A él la gloria
y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Un domingo fui arrebatado en espíritu y oí tras de mí
una gran voz como de trompeta. Me volví para ver qué
voz era la que me hablaba y, al volverme, vi siete can-
delabros de oro y, en medio de ellos, una figura como
de Hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñido
el pecho con un ceñidor de oro. Sus cabellos y su barba
eran blancos como la blanca lana o como la nieve, sus
ojos eran como llamas de fuego, sus pies parecían de
metal precioso acrisolado en el horno y su voz era como
el estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete
estrellas y de su boca salía una aguda espada de dos
filos; su semblante era como el sol cuando brilla con
toda su fuerza. Así que lo vi, caí como muerto a sus pies.
Él puso su diestra sobre mí y me dijo:
«Yo soy el primero y el último, el que vive. Estaba
muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y
tengo las llaves de la muerte y del hades.
Al que salga vencedor y me sea fiel hasta el fin le
daré potestad sobre las naciones, como la he recibido
yo de mi Padre, y le daré, además, el lucero del alba.
No borraré jamás su nombre del libro de la vida, sino
que lo proclamaré en presencia de mi Padre y de sus
ángeles. Lo haré columna en el templo de mi Dios, y
ya nunca saldrá fuera, y sobre él escribiré el nombre de
mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, de la
nueva Jerusalén, que baja del cielo desde mi Dios, y mi
nombre nuevo.
Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha
mi voz y me abre la puerta entraré en su casa, cenaré
con él y él conmigo. Al vencedor lo sentaré en mi trono,
junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté
en el trono de mi Padre, junto a él.»
Responsorio
R. Verán al Hijo del hombre venir entre nubes con
gran poder y gloria, y entonces enviará a sus ánge-
les, * y reunirá a sus elegidos de los cuatro puntos
cardinales y desde el extremo de la tierra hasta el
extremo del cielo. ;
V. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rec-
titud.
R. Y reunirá a sus elegidos de los cuatro puntos cardi-
nales y desde el extremo de la tierra hasta el extre-
mo del cielo.
SEGUNDA LECTURA
Del Opúsculo de Orígenes, presbítero, Sobre la oración
Si, como dice nuestro Señor y Salvador, el reino de
Dios no ha de venir espectacularmente, ni dirán: «Vedlo
aquí o vedlo allí», sino que el reino de Dios está dentro
de nosotros, pues cerca está la palabra, en nuestra boca
y en nuestro corazón, sin duda cuando pedimos que ven-
ga el reino de Dios lo que pedimos es que este reino de
Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produz-
ca fruto y se vaya perfeccionando. Efectivamente, Dios
reina ya en cada uno de los santos, ya que éstos se so-
meten a su ley espiritual, y así Dios habita en ellos como
en una ciudad bien gobernada. En el alma perfecta está
presente el Padre, y Cristo reina en ella junto con el
Padre, de acuerdo con aquellas palabras del Evangelio:
Vendremos a -fijar en él nuestra morada.
Este reino de Dios que está dentro de nosotros lle-
gará, con nuestra cooperación, a su plena perfección
cuando se realice lo que dice el Apóstol, esto es, cuando
Cristo, una vez sometidos a él todos sus enemigos, entre-
gue el reino a Dios Padre, para que Dios sea todo en
todo. Por esto, rogando incesantemente con aquella acti-
tud interior que se hace divina por la acción del Verbo,
digamos a nuestro Padre que está en los cielos: Santifi-
cado sea tu nombre, venga tu reino.
Con respecto al reino de Dios, hay que tener también
esto en cuenta: del mismo modo que no tiene que ver
la justificación con la impiedad, ni hay nada de común
entre la luz y las tinieblas, ni puede haber armonía entre
Cristo y Belial, así tampoco pueden coexistir el reino de
Dios y el reino del pecado.
Por consiguiente, si queremos que Dios reine en noso-
tros, procuremos que de ningún modo continúe el peca-
do reinando en nuestro cuerpo mortal, antes bien, mor-
tifiquemos las pasiones de nuestro hombre terrenal y
fructifiquemos por el Espíritu; de este modo Dios se
paseará por nuestro interior como por un paraíso espi-
ritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo, el cual
se sentará en nosotros a la derecha de aquella virtud
espiritual que deseamos alcanzar: se sentará hasta que
todos sus enemigos que hay en nosotros sean puestos
por estrado de sus pies, y sean reducidos a la nada en
nosotros todos los principados, todos los poderes y todas
las fuerzas.
Todo esto puede realizarse en cada uno de nosotros,
y el último enemigo, la muerte, puede ser reducido a la
nada, de modo que Cristo diga también en nosotros:
¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte,
tu aguijón? Ya desde ahora este nuestro ser, corruptible,
debe revestirse de santidad y de incorrupción, y este
nuestro ser, mortal, debe revestirse de la inmortalidad
del Padre, después de haber reducido a la nada el poder
de la muerte, para que así, reinando Dios en nosotros,
comencemos ya a disfrutar de los bienes de la regenera-
ción y de la resurrección.
Responsorio
R. Ha llegado a este mundo el reino de nuestro Dios y
de su Ungido, * y reinará por los siglos de los siglos.
V. En su presencia se postrarán las familias de los
pueblos, porque del Señor es el reino.
R. Y reinará por los siglos de los siglos.
HIMNO FINAL
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar to-
das las cosas en tu Hijo muy amando, rey del universo,
haz que toda creatura, liberada de toda esclavitud,
sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Por nues-
tro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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