III Semana
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
HIMNO
Que doblen las campanas jubilosas,
y proclamen el triunfo del amor,
y llenen nuestras almas de aleluyas,
de gozo y esperanza en el Señor.
Los sellos de la muerte han sido rotos,
la vida para siempre es libertad,
ni la muerte ni el mal son para el hombre
su destino, su última verdad.
Derrotados la muerte y el pecado,
es de Dios toda historia y su final;
esperad con confianza su venida:
no temáis, con vosotros él está.
Volverán encrespadas tempestades
para hundir vuestra fe y vuestra verdad,
es más fuerte que el mal y que su embate
el poder del Señor, que os salvará.
Aleluyas cantemos a Dios Padre,
aleluyas al Hijo salvador,
su Espíritu corone la alegría
que su amor derramó en el corazón. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Se levanta Dios y huyen de su presencia los
que lo odian.
- Salmo 67 -
--I--
Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfonbrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.
¡Oh Dios!, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.
Derramaste en tu heredad, ¡oh Dios!, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, ¡oh Dios!, preparó para los pobres.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 El Señór hará justicia a los pobres.
Ant. 2 Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor
Dios nos hace escapar de la muerte.
--II--
El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.
Mientras reposabais en los apriscos,
las alas de la paloma se cubrieron de plata,
el oro destellaba en su plumaje.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío."
Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?
Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santurio.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributos de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.
Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuesto Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.
Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo,
y los perros la lamerán con sus lenguas."
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor
Dios nos hace escapar de la muerte.
Ant. 3 Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.
--III--
Aparece tu cortejo, ¡oh Dios!
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.
Al frente marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio las muchachas van tocando panderos.
"En el bullicio de la fiesta bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel."
Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.
¡Oh Dios!, despliega tu poder,
tu poder, ¡oh Dios!, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.
Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los toros,
a los Novillos de los pueblos.
Que se rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.
Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"Reconoced el poder de Dios."
Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.
¡Dios sea bendito!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.
VERSÍCULO
V. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere. Aleluya.
R. La muerte no tiene ya poder sobre él. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
Del libro del Apocalipsis
8, 1-13
Cuando abrió el Cordero el séptimo sello, se hizo un
silencio en el cielo, como de media hora.
Vi a los siete ángeles que están en la presencia de
Dios. Y se les dieron siete trompetas. Vino otro ángel y
se puso en pie junto al altar, con un incensario de oro.
Y se le dio gran cantidad de incienso, para que lo ofre-
ciese en representación de las oraciones de todos los
santos sobre el altar de oro, que está delante del trono.
Y el humo del incienso subió a la presencia de Dios, de
mano del ángel, en representación de las oraciones de los
santos. Tomó entonces el ángel el incensario, lo llenó con
fuego del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y hubo true-
nos, estrépito, relámpagos y terremoto.
Los siete ángeles, que tenían las siete trompetas, se
dispusieron a tocarlas.
Tocó el primero la trompeta; y hubo pedrisco y fuego
mezclados con sangre, que fueron arrojados sobre la
tierra. La tercera parte de la tierra quedó abrasada; que-
dó abrasada la tercera parte de los árboles; y toda la
hierba verde se quemó.
Tocó el segundo ángel la trompeta; y algo así como
una ingente montaña, ardiendo en llamas, fue arrojada
al mar. Convirtióse en sangre la tercera parte del mar;
murió la tercera parte de los seres vivos que hay en el
mar; y la tercera parte de las naves fue destruida.
Tocó el tercer ángel la trompeta; y cayó del cielo una
enorme estrella que ardía como una tea; y cayó sobre la
tercera parte de los ríos y sobre los manantiales de las
aguas. El nombre de esta estrella es Ajenjo. Convirtióse
en ajenjo la tercera parte de las aguas; y muchos de los
hombres murieron a consecuencia de las aguas, porque
se habían vuelto amargas.
Tocó el cuarto ángel la trompeta; y fue herida la ter-
cera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera
parte de las estrellas. Con eso se ensombreció la terce-
ra parte de los astros; el día perdió una tercera parte de
su esplendor e igualmente la noche.
Y tuve otra visión. Oí un águila que volaba en lo más
alto de los cielos, clamando con poderosa voz:
«¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra cuando sue-
nen las trompetas de los tres ángeles que están ya por
sonar!»
Responsorio
R. El ángel se puso en pie junto al altar, con un Incen-
sario de oro. Y se le dio gran cantidad de incienso;
* y el humo del incienso subió a la presencia de
Dios. Aleluya.
V. Cada ángel tenia una copa de oro llena de incienso,
que significaba las oraciones de los santos.
R. Y el humo del incienso subió a la presencia de Dios.
Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza
en la asamblea de los fieles. Se nos exhorta a rentar al
Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo sabe lo que sig-
nifica este cántico nuevo. Un cántico es expresión de
alegría y, considerándolo con más atención, es una ex-
presión de amor. Por esto, el que es capaz de amar la
vida nueva es capaz de cantar el cántico nuevo. Debemos,
pues, conocer en qué consiste esta vida nueva, para que
podamos cantar el cántico nuevo. Todo, en efecto, está
relacionado con el único reino, el hombre nuevo, el cán-
tico nuevo, el Testamento nuevo. Por ello el hombre nue-
vo debe cantar el cántico nuevo porque pertenece al Tes-
tamento nuevo.
Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea
el objeto de su amor. No se nos dice que no amemos,
sino que elijamos a quien amar. Pero, ¿cómo podremos
elegir, si antes no somos nosotros elegidos? Porque, para
amar, primero tenemos que ser amados. Oíd lo que dice
el apóstol Juan: Él nos amó primero. Si buscamos de
dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única
razón que encontramos es porque Dios lo amó primero.
Se dio a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos
dio el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de ma-
nera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder
amarlo: El amor de Dios —dice— ha sido derramado en
nuestros corazones. ¿Por quién ha sido derramado? ¿Por
nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién, pues? Por
el Espíritu Sanio que se nos ha dado.
Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos
a Dios con el amor que de él procede. Oíd con qué clari-
dad expresa san Juan esta idea: Dios es amor y quien
permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.
Sería poco decir: El amor es de Dios. Y ¿quién de noso-
tros se atrevería a decir lo que el evangelista afirma:
Dios es amor? Él lo afirma porque sabe lo que posee.
Dios se nos ofrece en posesión. Él mismo clama hacia
nosotros: «Amadme y me poseeréis, porque no podéis
amarme si no me poseéis.»
¡Oh, hermanos! ¡Oh, hijos de Dios! Germen de univer-
salidad, semilla celestial y sagrada, que habéis nacido en
Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto,
escuchadme, mejor aún, cantad al Señor, junto conmigo,
un cántico nuevo. «Ya lo canto», me respondes. Sí, lo can-
tas, es verdad, ya lo oigo. Pero, que tu vida no dé un
testimonio contrario al que proclama tu voz.
Cantad con la voz y con el corazón, con la boca y con
vuestra conducta: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os
preguntáis qué alabanzas hay que cantar de aquel a quien
amáis? Porque, sin duda, queréis que vuestro canto tenga
por tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles
son las alabanzas que hay que cantar? Habéis oído: Can-
tad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué ala-
banzas? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles.
Su alabanza son los mismos que cantan.
¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo con lo que
pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la
mejor alabanza que podáis tributarle, si es buena vuestra
conducta.
Responsorio
R. Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros viva-
mos una vida nueva. * Ámemenos mutuamente con-
forme al mandamiento que nos dio. Aleluya.
V. Cantemos un himno al Señor, cantemos a nuestro
Dios un cántico nuevo.
R. Amémonos mutuamente conforme al mandamiento
que nos dio. Aleluya.
ORACIÓN.
Oremos:
Señor, tú que abres las puertas del reino celestial
a los que han renacido por el agua y por el Espíritu
Santo, acrecienta en tus hijos la gracia que les has
dado, para que no se vean privados de tus promesas
los que han sido ya purificados de sus culpas. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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