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Oficio de lectura
Jueves IV de Pascua.

IV semana

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Oh Rey perpetuo de los elegidos,
oh Creador que todo lo creaste,
oh Dios en quien el Hijo sempiterno
es desde antes del tiempo igual al Padre.

Oh tú que, sobre el mundo que nacía,
imprimiste en Adán tu eterna imagen,
confundiendo en su ser el nobre espíritu
y el miserable todo de la carne.

Oh tú que ayer naciste de la Virgen,
y hoy del fondo de la tumba naces;
oh tú que, resurgiendo de los muertos,
de entre los muertos resurgir nos haces.

Oh Jesucristo, libra de la muerte
a cuantos hoy reviven y renacen,
para que seas el perene gozo
pascual de nuestras mentes inmortales.

Gloria al Padre celeste y gloria al Hijo,
que de la muerte resurgió triunfante,
y gloria con entrambos al divino
Paracleto, por siglos incesantes. Amén.

SALMODIA

Ant.1 No fue su brazo el que les dio la victoria, sino
tu diestra y la luz de tu rostro.

- Salmo 43-
--I--

¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo, con tu mano, desposeiste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 No fue su brazo el que les dio la victoria, sino
tu diestra y la luz de tu rostro.

Ant. 2 No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os
convertís a él.

--II--

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dipersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os
convertís a él.

Ant. 3 Levántate, Señor, no nos rechaces más.

--III--

Todo eso nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado a suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Levántate, Señor, no nos rechaces más.

VERSÍCULO

V. Dios resucitó al Señor. Aleluya
R. Y nos resucitará también a nosotros por su poder.
Aleluya.

PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis
15, 5-16, 21

Yo, Juan, tuve otra visión:

Se abrió en el cielo el santuario de la Tienda del tes-
timonio y salieron del santuario los siete ángeles porta-
dores de las siete plagas, vestidos de lino puro y bri-
llante y ceñidos con cinturones de oro. Uno de los cuatro
seres dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas
de la cólera de Dios, que vive por los siglos de los siglos.
El santuario se llenó del humo de la gloria de Dios y de
su poder, y nadie podía entrar en el santuario hasta que
sq consumaran las siete plagas de los siete ángeles. Oí
una gran voz proveniente del santuario, que gritaba a
los siete ángeles:

«Id a derramar las siete copas de la cólera de Dios
sobre la tierra.»

Fue el primero y derramó su copa sobre la tierra, y
se produjo una úlcera maligna y dolorosa en los hom-
bres que tenían la marca de la Bestia y que se postra-
ban ante su imagen.

El segundo derramó su copa sobre el mar, y el mar
se convirtió como en sangre de un muerto, muriendo
todos los seres vivos que había en el mar.

El tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre las
fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí
al ángel de las aguas, que decía:

«Justo eres, tú, el que es y el que era, el Santo, por
haber hecho así justicia. Ya que derramaron la sangre
de santos y de profetas, tú les has dado a beber sangre:
bien se lo merecen.»

Y oí una voz que salía del altar y decía:

«Así es, Señor, Dios omnipotente: verdaderos y jus-
tos son tus juicios.»

El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, y se le
concedió abrasar a los hombres con su fuego. Los hom-
bres quedaron abrasados con grandes ardores y comen-
zaron a blasfemar del nombre de Dios, que había man-
dado estas plagas; pero no se arrepintieron ni le dieron
gloria.

El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de
la Bestia. Su reino se cubrió de tinieblas, y sus hombres
se despedazaban las lenguas por el dolor. Blasfemaron
del Dios del cielo por causa de sus dolores y de sus
úlceras, pero no se arrepintieron ni abandonaron sus
obras.

El sexto ángel derramó su copa sobre el gran Río, el
Eufrates, y su agua se secó, quedando así libre el camino
para los reyes que vienen del oriente.

Y vi que de la boca de la Serpiente y de la boca de
la Bestia y de la boca del falso profeta salían tres espí-
ritus inmundos, como ranas. Son espíritus de demonios,
que obran prodigios y que se dirigen a los reyes del
mundo entero para congregarlos con vistas a la batalla
del gran Día del Dios omnipotente. («¡Mirad que vengo
como un ladrón! ¡Bienaventurado el que esté velando y
guardando sus vestidos, para que no tenga que andar
desnudo y no vean su vergüenza!») Y congregaron a los
reyes en el lugar que en hebreo se llama Harmaguedón.

El séptimo ángel derramó su copa en el aire, y salió
del santuario una gran voz, que procedía del .troné de
Dios, gritando:

«¡Ya está hecho!»

Y hubo relámpagos y fragor y truenos y un violento
terremoto, cual no lo hubo desde que existen los hom-
bres sobre la tierra. ¡Tan terrible era ese terremoto!
La gran ciudad se deshizo en tres partes, se derrumba-
ron las ciudades de los gentiles y Dios se acordó de la
gran Babilonia, para darle a beber la copa del vino de
su cólera terrible. Huyeron todas las islas, los montes
desaparecieron y una terrible pedrisca, con piedras como
de cuarenta kilogramos, cayó del cielo sobre los hom-
bres. Y los hombres blasfemaron contra Dios por la pla-
ga de pedrisco, porque era ésta terrible en extremo.

Responsorio

R. Si el amo de la casa supiera a qué hora de la noche
ha de venir el ladrón, estaría en vela. * Mirad que
yo vengo como un ladrón -dice el Señor-; bien-
aventurado el que esté velando. Aleluya.

V. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», en ese
preciso instante vendrá sobre ellos la ruina.

R. Mirad que yo vengo como un ladrón -dice el Se-
ñor-; bienaventurado el que esté velando. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De los Tratados de san Agustín, obispo, sobre el evange-
lio de san Juan

El Señor Jesús declara que da a sus discípulos un
mandato nuevo por el que les prescribe que se amen
mutuamente unos a otros: Os doy -dice- el mandato
nuevo: que os améis mutuamente.

¿Es que no existía ya este mandato en la ley antigua,
en la que hallamos escrito: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo? ¿Por qué, pues, llama nuevo el Señor a lo
que nos consta que es tan antiguo? ¿Quizá la novedad
de este mandato consista en el hecho de que nos des-
poja del hombre viejo y nos reviste del nuevo? Porque
renueva en verdad al que lo oye, mejor dicho, al que lo
cumple, teniendo en cuenta que no se trata de un amor
cualquiera, sino de aquel amor acerca del cual el Señor,
para distinguirlo del amor carnal, añade: Como yo os he
amado.

Éste es el amor que nos renueva, que nos hace hom-
bres nuevos, herederos del Testamento nuevo, capaces
de cantar el cántico nuevo. Este amor, hermanos muy
amados, es el mismo que renovó antiguamente a los jus-
tos, a los patriarcas y profetas, como también después
a los apóstoles, y el mismo que renueva ahora a todas
las gentes, y el que hace que el género humano, espar-
cido por toda la tierra, se reúna en un nuevo pueblo,
en el cuerpo de la nueva esposa del Hijo único de Dios,
de la cual se dice en el Cantar de los cantares: ¿Quién
es ésa que sube toda ella resplandeciente de blancura?

Resplandeciente, en verdad, porque está renovada, y re-
novada por el mandato nuevo.

Por eso, en ella, todos los miembros tienen entre sí
una mutua solicitud: si sufre uno de los miembros, to-
dos los demás sufren con él, y, si es honrado uno de
los miembros, se alegran con él todos los demás. Es
porque escuchan y guardan estas palabras: Os doy el
mandato nuevo: que os améis mutuamente, no con un
amor que degrada, ni con el amor con que se aman los
seres humanos por ser humanos, sino con el amor con
que se aman porque están deificados y son hijos del
Altísimo, de manera que son hermanos de su Hijo único
y se aman entre sí con el mismo amor con que Cristo
los ha amado, para conducirlos hasta aquella meta final
en la que encuentran su plenitud y la saciedad de todos
los bienes que desean. Entonces, en efecto, todo deseo
se verá colmado, cuando Dios lo será todo en todas las
cosas.

Este amor es don del mismo que afirma: Como yo
os he amado, para que vosotros os améis mutuamente.
Por esto nos amó, para que nos amemos unos a otros;
con su amor nos ha otorgado el que estemos unidos por
el amor mutuo y, unidos los miembros con tan dulce
vínculo, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza.

Responsorio

R. Hemos recibido de Dios este mandamiento: * Quien
ama a Dios ame también a su hermano. Aleluya.

V. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda
la ley y los profetas:

R. Quien ama a Dios ame también a su hermano. Ale-
luya.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor Dios nuestro, que al restaurar la naturaleza
humana le otorgaste una dignidad mayor que la que
tuvo en sus orígenes, mantén siempre tus inefables
designios de amor hacia nosotros, y conserva en quie-
nes hemos renacido por el bautismo los dones que de
tu bondad hemos recibido. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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