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Oficio de lectura
Viernes XXIX Ordinario

I semana

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Delante de tus ojos
ya no enrojecemos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de los pueblos
nos guardas como un resto,
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo,
revoca sus decretos:
la salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

- Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-28-
--I--

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerra contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
"Yo soy tu victoria."

Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
"Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?"

Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

--II--

Yo, en cambio, cuando estabn enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.

Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste,
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;

me laceraban sin cesar,
cruelmente ser burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

--III--

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,

y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.

Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no se hagan guiños a mi costa
los que odian sin razón.

Señor, tú lo has visto, no te calles;
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío;
Señor mío, defiende mi causa.
Júzgame tú según tu justicia.

Que cantes y se alegren
los que desean mi victoria;
que repitan siempre: "Grande es el Señor",
los que desean la paz a tu siervo.

Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabaré

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

VERSÍCULO

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá
42, 15-26; 43, 31-37

Voy a recordar las obras de Dios y a contar lo que
he visto: por la palabra de Dios fueron creadas las cosas
y de su voluntad reciben su tarea.

Sale el sol mostrando a todos su esplendor, la gloria
del Señor se refleja en todas sus creaturas. Aun los san-
tos de Dios no bastaron para contar sus maravillas. Dios
fortaleció sus ejércitos, para que estén firmes en pre-
sencia de su gloria.

Él sondea las profundidades del abismo y del corazón
humano, penetra todas sus tramas y secretos, declara el
pasado y el futuro y revela los misterios escondidos. No
se le oculta ningún pensamiento ni se le esconde palabra
alguna.

Ha e'stablecido el poder de su sabiduría, él es el único
desde la eternidad; no puede crecer ni menguar ni le
hace falta un consejero.

¡Qué deseables son todas sus obras!, y eso que no
vemos más que una chispa. Todas viven y permanecen
para siempre y lo obedecen en todas sus funciones. To-
das difieren unas de otras, y no ha hecho ninguna inútil.
Cada cosa hace resaltar la excelencia de la otra: ¿quién
se saciará de contemplar su hermosura?

Temible es el Señor, inmensamente grande, su poder
es admirable. Los que ensalzáis al Señor, levantad la
voz, esforzaos cuanto podáis, que siempre os quedaréis
cortos. Los que alabáis al Señor, redoblad las fuerzas y
no os canséis, que nunca será bastante. ¿Quién lo ha
visto que pueda describirlo? ¿Quién lo alabará tal como
él es?

Quedan cosas más grandes escondidas, sólo un poco
hemos visto de sus obras. Todo lo ha hecho el Señor,
y a sus fieles les da sabiduría.

Responsorio

R. Muchas cosas más podríamos seguir diciendo, mas
nunca terminaríamos; * sea, pues, éste el broche de
nuestras palabras: «Él lo es todo.»

V. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarlo dignamente?
Él es más grande que todas sus obras.

R. Sea, pues, éste el broche de nuestras palabras: «Él
lo es todo.»

SEGUNDA LECTURA

De los Libros de san Agustín, obispo. Sobre la ciudad
de Dios

Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el
fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda
obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el
cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso
la misma misericordia que nos mueve a socorrer al her-
mano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacri-
ficio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien
ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción di-
vina, como nos lo indica la misma palabra con la cual
llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello,
puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sa-
crificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo
y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mun-
do y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de
aquella misericordia que cada cual debe tener para con-
sigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu
alma agradando a Dios.

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros
mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a
Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son
obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin
de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa
que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual
se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios),
resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la
congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida
a Dios como un sacrificio universal por mediación de
aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por no-
sotros, tomando la condición de esclavo, para que noso-
tros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza.
Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí
mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacer-
dote y sacrificio.

Por esto nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos
nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a
Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos
conformemos con este siglo, sino que nos reformemos
en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál
es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito
y la perfección, ya que todo este sacrificio somos noso-
tros, dice: Por la gracia que Dios me ha dado, os pido
a todos y a cada uno: No tengáis de vosotros mismos
un concepto superior a lo que es justo. Abrigad senti-
mientos de justa moderación, cada uno en la medida de
la fe que Dios le ha dado. A la manera que en un solo
cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros
desempeñan distinta función, lo mismo nosotros: siendo
muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, e individual-
mente somos miembros unos de otros y tenemos caris-
mas diferentes, según la gracia que Dios nos ha dado.

Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de
muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este
misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacra-
mento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se
demuestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace,
se ofrece a sí misma.

Responsorio

R. ¿Con qué me acercaré al Señor? Se te ha dado a
conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que Dios
desea de ti: * simplemente que practiques la justi-
cia, que ames la misericordia y que camines humil-
demente con tu Dios.

V. Del Señor tu Dios son el cielo y la tierra y cuanto
hay en ellos; y ¿qué es lo que te exige el Señor
tu Dios?

R. Simplemente que practiques la justicia, que ames la
misericordia y que camines humildemente con tu
Dios.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, haz que nuestra volun-
tad sea siempre dócil a la tuya y que te sirvamos con
un corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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