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Oficio de lectura
Miércoles XXVIII Ordinario

IV Semana

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor
con alegría.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débeme amar
aquel que me hizo vivir.

¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando tras de él.

Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.

Alma, sigue hasta el final
en pos de Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo tienes! Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus
beneficios.

- Salmo 102 -
--I--

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus
beneficios.

Ant. 2 Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles.

--II--

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él sabe de qué estamos hechos,
se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles.

Ant. 3 Bendecid al Señor, todas sus obras.

--III--

Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.

Bendice, alma mía, al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Bendecid al Señor, todas sus obras.

VERSÍCULO

V. Ábreme los ojos, Señor.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

PRIMERA LECTURA Del libro de Ben Sirá
15, 11-22

No digas: «Mi pecado viene de Dios», porque él no
hace lo que odia; no digas: «Él me ha extraviado», por-
que no necesita de hombres inicuos; el Señor odia toda
abominación, y también es ésta odiosa para los que lo
temen a él. El Señor creó al hombre al principio y lo
entregó en poder de su albedrío; si quieres, guardarás
sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad;
ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que
quieras; delante del hombre están muerte y vida: le
darán lo que él escoja.

Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su po-
der y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él
conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al
hombre, ni deja impunes a los mentirosos.

Responsorio

R. Nadie, cuando es tentado, diga: «Soy tentado por
Dios.» * Porque Dios no tienta a nadie.

V. El Señor creó al hombre al principio y lo entregó
en poder de su albedrío.

R. Porque Dios no tienta a nadie.

SEGUNDA LECTURA

De la carta de san Agustín, obispo, a Proba.

Quien dice, por ejemplo, como mostraste tu santidad
a las naciones, muéstranos así tu gloria y que tus profe-
tas sean hallados fieles, ¿qué otra cosa dice sino santifi-
cado sea tu nombre?

Quien dice: Dios de los ejércitos, restaúranos, que
brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino
venga tu reino?

Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que
ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo?

Quien dice: No me des pobreza ni riqueza, ¿qué otra
cosa dice sino danos hoy nuestro pan de cada día?

Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus
afanes, o bien: Señor, si soy culpable, si hay crímenes en
mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra
cosa dice sino perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden?

Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío; pro-
tégeme de mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino líbra-
nos del mal?

Y si vas discurriendo por todas las plegarias de la
santa Escritura, creo que nada hallarás que no se en-
cuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso,
hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas
u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir
cosas distintas.

Esto es, sin duda alguna, lo que debemos pedir en la
oración, tanto para nosotros como para los nuestros,
como también para los extraños e incluso para nuestros
mismos enemigos, y aunque reguemos por unos y otros
de modo distinto, según las diversas necesidades y los
diversos grados de familiaridad, procuremos, sin em-
bargo, que en nuestro corazón nazca y crezca el amor
hacia todos.

Aquí tienes explicado, a mi juicio, no sólo las cuali-
dades que debe tener tu oración, sino también lo que
debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha
enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos.

Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a
Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad
son muchos los que lo han discutido y sus sentencias son
muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos
de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones?
En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y
veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Para
que podamos formar parte de este pueblo, llegar a con-
templar a Dios y vivir con él eternamente, tenemos
aquella exhortación cuyo objetivo no debe ser otro que
promover la caridad que proviene de un corazón sincero,
de una conciencia recta y de una fe sin fingimiento.

Al citar estas tres propiedades se habla de la con-
ciencia recta aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe,
la esperanza y la caridad conducen hasta Dios al que
ora, es decir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que
descubre en la oración dominical lo que debe pedir al
Señor.

Responsorio

R. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta
ti; * porque tú. Dios mío, no desprecias las pe-
ticiones de los desamparados.

V. Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

R. Porque tú, Dios mío, no desprecias las peticiones
de los desamparados.

ORACIÓN.

Oremos:
Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos
preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos
a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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