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Oficio de lectura
Lunes XXIX Ordinario

I semana
Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Entremos en la presencia del Señor dándole gracias.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Dios de la tierra y del cielo,
que por dejarlas más clara,
las grandes aguas separas,
pones límite al cielo.

Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nube a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,

danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.

Hazlo en la fe luminoso,
alegre en austeridad,
y hágalo tu claridad
salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.

- Salmo 6 -

Señor, no me corrijas con tu ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuando?

Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tanta contradicciones.

Apartaos de mí los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.

Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.

Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.

Salmo 9A
--I--

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!

Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho
sentado en tu trono como juez justo.

Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.

Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él jusgará el orbe con justicia
y regirá los pueblos con rectitud.

Él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confían en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.

Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

-II -

Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda,
y no olvida los gritos de los humildes.

Piedad, Señor; mira cómo me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.

Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.

Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza de humilde perecerá.

Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infundeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.

VERSÍCULO

V. Enséñame a cumplir tu voluntad.
R. Y a guardarla de todo corazón.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá
27, 25-28, 9

El que guiña el ojo trama algo malo, y nadie lo apar-
tará de ello; en tu presencia su boca es melosa, admira
tus palabras; después cambia de lenguaje y procura co-
gerte en tus palabras. Muchas cosas detesto, pero nin-
guna como a él, porque el Señor mismo lo detesta.

Tira una piedra a lo alto y te caerá en la cabeza: un
golpe a traición reparte heridas; el que cava una fosa
caerá en ella, el que tiende una red quedará cogido en
ella; al que hace el mal se le volverá contra él, aunque
no sepa de dónde le viene. Burlas e insultos le tocarán
al insolente, pues la venganza le acecha como un león.
Los que se alegran de la caída de los buenos se consu-
mirán de pena antes de morir.

Furor y cólera son odiosos: el pecador los posee. Del
vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta
de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te
perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede
un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al
Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide
perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la
ira, ¿quién expiará por sus pecados?

Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y
corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los
mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza
del Señor, y perdona el error.

Responsorio

R. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha
cuenta de sus culpas. * Perdona la ofensa a tu pró-
jimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.

V. Si vosotros perdonáis al prójimo sus faltas, también
os perdonará las vuestras vuestro Padre celestial.

R. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán
los pecados cuando lo pidas.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Fulgencio de Ruspe, obispo, Contra
Fabiano

Cuando ofrecemos nuestro sacrificio realizamos aque-
llo mismo que nos mandó el Salvador; así nos lo atesti-
gua el Apóstol, al decir: Jesús, el Señor, en la noche en
que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pro-
nunciar la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Éste es
mi cuerpo, que se da por vosotros. Haced esto en me-
moria mía.» Lo mismo hizo con la copa después de la
cena, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza que se
sella con mi sangre. Cada vez que la bebáis hacedlo en
memoria mía.» Porque cuantas veces coméis de este pan
y bebéis de este cáliz, vais anunciando la muerte del Se-
ñor hasta que él venga.

Nuestro sacrificio, por tanto, se ofrece para anunciar
la muerte del Señor y para reavivar, con esta conmemo-
ración, la memoria de aquel que por nosotros entregó su
propia vida. Ha sido el mismo Señor quien ha dicho:
Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus
amigos. Y porque Cristo murió por nuestro amor, cuando
hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacri-
ficio pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comu-
nique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel
mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar
por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en
nuestros propios corazones, con objeto de que conside-
remos al mundo como crucificado para nosotros y noso-
tros sepamos vivir crucificados para el mundo; así, imi-
tando la muerte de nuestro Señor, como Cristo murió
al pecado de una vez para siempre, y su vida es vida
para Dios, también nosotros vivamos una vida nueva, y,
llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para
Dios.

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros co-
razones con el Espíritu Santo que se nos ha dado y la
participación del cuerpo y sangre de Cristo, cuando co-
memos el pan y bebemos el cáliz, nos lo recuerda, insi-
nuándonos, con ello, que también nosotros debemos mo-
rir al mundo y tener nuestra vida escondida con la de
Cristo en Dios, crucificando nuestra carne con sus con-
cupiscencias y pecados.

Debemos decir, pues, que todos los fieles que aman a
Dios y a su prójimo, aunque no lleguen a beber el cáliz
de una muerte corporal, deben beber, sin embargo, el
cáliz del amor del Señor, embriagados con el cual, mor-
tificarán sus miembros en la tierra y, revestidos de nues-
tro Señor Jesucristo, no se entregarán ya a los deseos y
placeres de la carne ni vivirán dedicados a los bienes
visibles, sino a los invisibles. De este modo, beberán el
cáliz del Señor y alimentarán con él la caridad, sin la
cual, aunque haya quien entregue su propio cuerpo a las
llamas, de nada le aprovechará. En cambio, cuando po-
seemos el don de esta caridad, llegarnos a convertirnos
realmente en aquello mismo que sacramentalmente cele-
bramos en nuestro sacrificio.

Responsorio

R. Jesús tomó pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus
discípulos, diciendo: * «Esto es mi cuerpo que va a
ser entregado por vosotros; haced esto en memoria
mía.»

V. Éste es el pan que ha bajado del cielo; el que coma
de este pan vivirá para siempre.

R. Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por voso-
tros; haced esto en memoria mía.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, haz que nuestra voluntad
sea siempre dócil a la tuya y que te sirvamos con un
corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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