4 de noviembre
Nació en Arona (Lombardía) el año 1538; después de haber-
se graduado en ambos derechos, fue agregado al colegio car-
denalicio por su tío Pío IV y nombrado obispo de Milán. Fue
un verdadero pastor de su grey; visitó varias veces toda su
diócesis, convocó sínodos, decretó muchas disposiciones orien-
tadas a la salvación de las almas y fomentó en gran manera
las costumbres cristianas. Murió el día 3 de noviembre del
año 1584.
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Al Señor, al gran Rey, venid, adorémosle.
HIMNO
Alabemos a Dios que, en su Palabra,
nos revela el designio salvador,
y digamos en súplica confiada:
"Renuévame por dentro, mi Señor."
No cerremos el alma su llamada
ni dejemos que arraigue el desamor;
aunque dura es la lucha, su palabra
será bálsamo suave en el dolor.
Caminemos los días de esta vida
como tiempo de Dios y de oración;
él es fiel a la alianza prometida:
"Si eres mi pueblo, yo seré tu Dios."
Tú dijiste, Jesús, que eras camino
para llegar al Padre sin temor;
concédenos la gracia de tu Espíritu
que nos lleve al encuentro del Señor. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Se levanta Dios y huyen de su presencia los
que lo odian.
- Salmo 67 -
--I--
Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfonbrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su presencia.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra abrasada.
¡Oh Dios!, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.
Derramaste en tu heredad, ¡oh Dios!, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, ¡oh Dios!, preparó para los pobres.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 El Señór hará justicia a los pobres.
Ant. 2 Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor
Dios nos hace escapar de la muerte.
--II--
El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
"Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.
Mientras reposabais en los apriscos,
las alas de la paloma se cubrieron de plata,
el oro destellaba en su plumaje.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío."
Las montañas de Basán son altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?
Los carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santurio.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributos de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.
Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuesto Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.
Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: "Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo,
y los perros la lamerán con sus lenguas."
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor
Dios nos hace escapar de la muerte.
Ant. 3 Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.
--III--
Aparece tu cortejo, ¡oh Dios!
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.
Al frente marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio las muchachas van tocando panderos.
"En el bullicio de la fiesta bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel."
Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de Zabulón,
los príncipes de Neftalí.
¡Oh Dios!, despliega tu poder,
tu poder, ¡oh Dios!, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.
Reprime a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los toros,
a los Novillos de los pueblos.
Que se rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus manos a Dios.
Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
"Reconoced el poder de Dios."
Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.
¡Dios sea bendito!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor.
VERSÍCULO
V. Voy a escuchar lo que dice el Señor.
R. Dios anuncia la paz a su pueblo.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Jeremías
32, 6-10. 16. 24-40
En aquellos días. Jeremías dijo: He recibido esta
palabra del Señor:
«Hanamel, hijo de tu tío Salún, vendrá a ti para de-
cirte: "Cómprame el campo de Anatot, porque a ti te
corresponde rescatarlo comprándolo."»
Y vino a visitarme mi primo, como había dicho el
Señor, al atrio de la guardia, y me dijo:
«Cómprame el campo de Anatot, en el territorio de
Benjamín, porque a ti te corresponde rescatarlo y ad-
quirirlo: cómpramelo.»
Yo comprendí que era palabra del Señor. Y, así,
compré el campo de Anatot a mi primo Hanamel; pesé
el dinero: diecisiete siclos de plata. Escribí el contrato,
lo sellé, hice firmar a los testigos, y pesé la plata en la
balanza. Después de entregar a Baruc, hijo de Nerías, el
contrato, oré al Señor:
«Mira, los sitiadores llegan a la ciudad para conquis-
tarla, la ciudad está entregada en manos de los caldeos,
que la atacan con la espada, el hambre y la peste. Su-
cede lo que anunciaste, y lo estás viendo. Y tú, mi Señor,
me dices: "Cómprate el campo con dinero, ante testi-
gos", mientras la ciudad cae en manos de los caldeos.»
Vino a Jeremías la palabra del Señor:
«Yo soy el Señor, Dios de todos los humanos: ¿hay
algo imposible para mí? Pues bien, así dice el Señor:
Entrego esta ciudad en manos de los caldeos, en manos
de Nabucodonosor, rey de Babilonia, para que la con-
quiste. Los caldeos que la atacan entrarán en esta ciu-
dad y le pondrán fuego. La quemarán con las casas, en
cuyas azoteas se quemaba incienso a Baal y se hacían
libaciones a dioses extranjeros, para irritarme.
Porque israelitas y judíos practican la maldad en mi
presencia, desde su juventud; los israelitas me irritan
con las obras de sus manos —oráculo del Señor—. Esta
ciudad provoca mi ira y mi cólera, desde el día en que
la construyeron hasta hoy; la tendré que apartar de mi
presencia, por todas las maldades que cometen israelitas
y judíos, irritándome todos, con sus reyes y príncipes,
con sus sacerdotes y profetas, los judíos y los habitantes
de Jerusalén. Me dan la espalda, y no la cara. Yo los
enseñaba sin cesar, y ellos no escuchaban ni aceptaban
la corrección. Ponían abominaciones en la casa donde
se invocaba mi nombre, profanándola. Construían alta-
res a Baal, en el valle de Ben Hinnom, para pasar por el
fuego a su hijos e hijas, en honor de Moloc. Cosa que
yo no mandé ni se me pasó por la cabeza. Hicieron abo-
minaciones semejantes, haciendo pecar a Judá.
Pero ahora, así dice el Señor, Dios de Israel, a esta
ciudad de la que decís: "Va a caer en manos del rey
de Babilonia, por la espada y el hambre y la peste."
Mirad que yo los congregaré de todos los países adonde
los dispersó mi ira y mi cólera y mi gran furor. Los
traeré a este lugar, y los haré habitar tranquilos. Ellos
serán mi pueblo y yo seré su Dios. Les daré un corazón
entero y una conducta íntegra, para que me teman toda
la vida; para su bien y el de sus hijos que los sucedan.
Haré con ellos alianza eterna y no cesaré de hacerles
bien. Pondré en su corazones mi temor para que no se
aparten de mí.»
Responsorio
R. Mirad que yo los congregaré de todos los países,
los traeré a este lugar, y los haré habitar tranqui-
los. * Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.
V. Haré con ellos alianza eterna, pondré en sus cora-
zones mi temor.
R. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón pronunciado por san Carlos Borromeo en el
último sínodo.
Todos somos débiles, lo admito, pero el Señor ha
puesto en nuestras manos los medios con que poder
ayudar fácilmente, si queremos, esta debilidad. Algún
sacerdote querría tener aquella integridad de vida que
sabe que se le demanda, querría ser continente y vivir
una vida angélica, como exige su condición, pero no
piensa en emplear los medios requeridos para ello: ayu-
nar, orar, evitar el trato con los malos y las familiarida-
des dañinas y peligrosas.
Algún otro se queja de que, cuando va a salmodiar
o a celebrar la misa, al momento le acuden a la mente
mil cosas que lo distraen de Dios; pero éste, antes de ir
al coro o a celebrar la misa, ¿qué ha hecho en la sacris-
tía, cómo se ha preparado, qué medios ha puesto en
práctica para mantener la atención?
¿Quieres que te enseñe cómo irás progresando en la
virtud y, si ya estuviste atento en el coro, cómo la pró-
xima vez lo estarás más aún y tu culto será más agrada-
ble a Dios? Oye lo que voy a decirte. Si ya arde en ti
el fuego del amor divino, por pequeño que éste sea, no
lo saques fuera en seguida, no lo expongas al viento,
manten el fogón protegido para que no se enfríe y pierda
el calor; esto es, aparta cuanto puedas las distracciones,
conserva el recogimiento, evita las conversaciones inú-
tiles.
¿Estás dedicado a la predicación y la enseñanza? Es-
tudia y ocúpate en todo lo necesario para el recto ejer-
cicio de este cargo; procura antes que todo predicar con
tu vida y costumbres, no sea que, al ver que una cosa
es lo que dices y otra lo que haces, se burlen de tus pa-
labras meneando la cabeza.
¿Ejerces la cura de almas? No por ello olvides la cura
de ti mismo, ni te entregues tan pródigamente a los de-
más que no quede para ti nada de ti mismo; porque es
necesario, ciertamente, que te acuerdes de las almas a
cuyo frente estás, pero no de manera que te olvides de ti.
Sabedlo, hermanos, nada es tan necesario para los clé-
rigos como la oración mental; ella debe preceder, acom-
pañar y seguir nuestras acciones: Salmodiaré —dice el
salmista— y entenderé. Si administras los sacramentos,
hermano, medita lo que haces; si celebras la misa, me-
dita lo que ofreces; si salmodias en el coro, medita a
quién hablas y qué es lo que hablas; si diriges las al-
mas, medita con qué sangre han sido lavadas, y así ha-
cedlo todo con espíritu de caridad; así venceremos fácil-
mente las innumerables dificultades que inevitablemente
experimentamos cada día (ya que esto forma parte de
nuestra condición); así tendremos fuerzas para dar a luz
a Cristo en nosotros y en los demás.
Responsorio
R. Corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la
fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento,
de la dulzura. * Esto has de enseñar e inculcar; sé
modelo para los fieles.
V. Si propones estas cosas a los hermanos, serás un
excelente servidor de Cristo Jesús.
R. Esto has de enseñar e inculcar; sé modelo para los
fieles.
ORACIÓN.
Oremos:
Conserva en tu pueblo, Señor, el espíritu que ani-
mara a san Carlos Borromeo, obispo, para que tu
Iglesia se renueve siempre y, cada vez más transfor-
mada en Cristo, presente ante los hombres una ima-
gen auténtica de su Señor, Jesucristo, tu Hijo. Que
vive y reina contigo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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