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Oficio de lectura
Miércoles I de Adviento.
SAN FRANCISCO JAVIER, presbítero
Memoria

3 de diciembre

Nació en España, el año 1506; mientras estudiaba en Pa-
rís, se unió a san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma,
el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 mar-
chó hacia Oriente y durante diez años evangelizó incansable-
mente la India y el Japón, convirtiendo a muchos. Murió el
año 1552, en la isla de Shangehuan, en China.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid,
adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido,
en la entraña feliz de la Virgen,
de su carne se ha revestido.

El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que todo puede
en la Virgen su luz ha encendido.

Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría;
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.

Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que amoroso nos ha bendecido
y a su reino nos ha destinado. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. +

- Salmo 17, 2-30 -
--I--

Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
+ Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.

Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.

En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz
y mi grito llegó a sus oídos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

Ant. 2 El Señor me libró porque me amaba.

--II--

Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su rostro se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz,
y lanzaba carbones ardiendo.

Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba sobre un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad:

como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;

y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.

El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste el fragor de tu voz,
al soplo de tu ira.

Desde el cielo alargó la mano y me sostuvo,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.

Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 El Señor me libró porque me amaba.

Ant. 3 Señor, tú eres mi lámpara, tu alumbras mis
tinieblas.

--III--

El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;

le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.

Con el fiel, tu eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.

Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti, me meto en la refriega;
fiado en mi Dios, asalto la muralla.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Señor, tú eres mi lámpara, tu alumbras mis
tinieblas.

VERSÍCULO

V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.
R. Haz brillar tu rostro sobre nosotros y sálvanos.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías
5, 1-7

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de
amor a su viña.

Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entreca-
vó, la despedregó y plantó buenas cepas; construyó en
medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese
uvas, pero dio agraces.

Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá,
por favor, sed jueces entre mi viña y yo. ¿Qué más podía
hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué,
esperando que diera uvas, dio agraces?

Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con
mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir
su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la
podarán ni la escardarán, crecerá la zarza y el espino;
prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.

La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel;
son los hombres de Judá su plantel escogido: Esperó de
ellos justicia, y ahí tenéis: asesinatos; esperó honradez, y
sólo hay lamentos.

Responsorio

R. Pisotearon tu viña los jabalíes y se la comieron las
alimañas; vuélvete, Señor, y despierta tu poder, *
para que no perezca la cepa que tu diestra plantó.

V. Dios de los ejércitos, vuélvete, mira desde el cielo
y ven a visitar tu viña.

R. Para que no perezca la cepa que tu diestra plantó.

SEGUNDA LECTURA

De las Cartas de san Francisco Javier, presbítero, a san
Ignacio

Visitamos las aldeas de los neófitos, que pocos años
antes habían recibido la iniciación cristiana. Esta tierra
no es habitada por los portugueses, ya que es suma-
mente estéril y pobre, y los cristianos nativos, privados
de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos.
No hay nadie que celebre para ellos la misa, nadie que
les enseñe el Credo, el Padrenuestro, el Avemaria o los
mandamientos de la ley de Dios.

Por esto, desde que he llegado aquí, no me he dado
momento de reposo: me he dedicado a recorrer las al-
deas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún
este sacramento. De este modo, purifiqué a un número
ingente de niños que, como suele decirse, no sabían dis-
tinguir su mano derecha de la izquierda. Los niños no
me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descan-
sar, hasta que les enseñaba alguna oración; entonces co-
mencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los
cielos.

Por tanto, como no podía cristianamente negarme a
tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe
en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el
Símbolo de los apóstoles y las oraciones del Padrenues-
tro y el Avemaria. Advertí en ellos gran disposición, de
tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la
doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos exce-
lentes cristianos.

Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simple-
mente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces
me vienen ganas de recorrer las universidades de Euro-
pa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar
por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para im-
pulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con
estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desi-
dia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el in-
fierno!»

¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que
ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios
de su ciencia y de los talentos que les han confiado.
Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y
por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían
en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando
de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedi-
carían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, di-
ciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres
que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta
la India.»

Responsorio

R. La mies es mucha, pero los operarios son pocos;
* rogad al Señor que envíe trabajadores a su mies.

V. Recibiréis la fortaleza del Espíritu Santo, que des-
cenderá sobre vosotros; y seréis mis testigos hasta
los últimos confines de la tierra.

R. Rogad al Señor que envíe trabajadores a su mies.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor, Dios nuestro, que quisiste que numerosos pue-
blos llegaran a conocerte por medio de la predicación
de san Francisco Javier, concede a todos los bautizados
un gran celo por la propagación de la fe, para que así
tu Iglesia pueda alegrarse de ver aumentados sus hijos
en todo el mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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