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Oficio de lectura
Martes XVII Ordinario
SANTA MARTA
Memoria

29 de julio

Era hermana de María y de Lázaro; cuando hospedó al
Señor en su casa de Betania se esforzó en servirle lo mejor
que pudo y, más tarde, con sus oraciones impetró la resurrec-
ción de su hermano.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Al Señor, al gran Rey, venid, adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Alabemos a Dios que en su Palabra,
nos revela el designio salvador,
y digamos en súplica confiada:
"Renuévame por dentro, mi Señor."

No cerremos el alma su llamada
ni dejemos que arraigue el desamor;
aunque dura es la lucha, su palabra
será bálsamo suave en el dolor.

Caminemos los días de esta vida
como tiempo de Dios y de oración;
él es fiel a la alianza prometida:
"Si eres mi pueblo, yo seré tu Dios."

Tú dijiste, Jesús, que eras camino
para llegar al Padre sin temor;
concédenos la gracia de tu Espíritu
que nos lleve al encuentro del Señor. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 El Señór hará justicia a los pobres.

- Salmo 9B -
--I--

¿Por qué te quedas lejos, Señor,
y te escondes en el momento del aprieto?
La soberbia del impío oprime al infeliz
y lo enreda en las intrigas que ha tramado.

El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
El malvado dice con insolencia:
"No hay Dios que me pida cuentas."

La intriga vicia siempre su conducta,
aleja de su mente tus juicios
y desafía a sus rivales.
Piensa: "No vacilaré,
nunca jamás seré desgraciado."

Su boca está llena de maldiciones,
de engaños y fraudes,
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente.

Sus ojos espían al pobre;
acecha en su escondrijo como león en su guarida,
acecha al desgraciado para robarle,
arrastrandolo a sus redes;

se agacha y se encoge
y con violencia cae sobre el indefenso.
Piensa: "Dios lo olvida,
se tapa la cara para no enterarse."

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 El Señór hará justicia a los pobres.

Ant. 2 Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.

--II--

Levántate, Señor, extiende tu mano,
no te olvides de los humildes;
¿por qué ha de despreciar a Dios el malvado,
pensando que no le pedirá cuentas?

Pero tú ves las penas y los trabajos,
tú miras y los tomas en tus manos.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.

Rómpele el brazo al malvado,
pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca.
El Señor reinará eternamente
y los gentiles desaparecerán de su tierra.

Señor, tú escuchas los deseos de los humildes,
les prestas oído y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra
no vuelva a sembrar su terror.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Tú, Señor, ves las penas y los trabajos.

Ant. 3 Las palabras del Señor son palabras sinceras,
como plata refinada siete veces.

- Salmo 11 -

Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,
que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblés de corazón.

Extirpe el Señor los labios embusteros
y la lengua orgullosa
de los que dicen: "La lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro amo?"

El Señor responde: "Por la opresión del humilde,
por el gemido del pobre, yo me levantaré,
y pondré a salvo al que lo ansía."

Las palabras del Señor son palabras sinceras,
como plata limpia de escoria,
refinada siete veces.

Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente:
de los malvados que merodean
para chupar como sanguijuelas sangre humana.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Las palabras del Señor son palabras sinceras,
como plata refinada siete veces.

VERSÍCULO

V. El Señor hace caminar a lo humildes con rectitud.
R. Enseña su camino a los humildes.

PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes
11, 1-4. 26-43

En aquellos días, el rey Salomón se enamoró de mu-
chas mujeres extranjeras, además de la hija del faraón:
moabitas, amonitas, edomitas, fenicias e hititas, de las
naciones de quienes había dicho el Señor a los de Israel:

«No os unáis con ellas, ni ellas con vosotros, porque
os desviarán el corazón tras sus dioses.»

Salomón se enamoró perdidamente de ellas; tuvo se-
tecientas esposas y trescientas concubinas. Y así, cuan-
do llegó a viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras
dioses extranjeros; su corazón ya no perteneció por en-
tero al Señor, como el corazón de David, su padre.

Jeroboam, hijo de Nabat, era efraimita, natural de
Serdá; su madre, llamada Serva, era viuda. Siendo fun-
cionario de Salomón, se rebeló contra el rey. La ocasión
de rebelarse contra el rey fue ésta: Salomón estaba cons-
truyendo el terraplén para rellenar el foso de la ciudad
de David, su padre. Jeroboam era un hombre de valer,
y Salomón, viendo que el joven trabajaba bien, lo nom-
bró capataz de todos los cargadores de la casa de José.
Un día, salió Jeroboam de Jerusalén, y el profeta Ajías,
de Silo, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en
el camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías
tomó su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a
Jeroboam:

«Cógete diez trozos, porque así dice el Señor Dios de
Israel: "Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a
darte a ti diez tribus; lo restante será para él, en con-
sideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad
que elegí entre todas las tribus de Israel; porque me ha
abandonado y ha adorado a Astarté, diosa de los feni-
cios, a Camós, dios de Moab, a Malcón, dios de los amo-
nitas, y no ha caminado por mis sendas, practicando lo
que yo apruebo, mis mandatos y preceptos, como su pa-
dre, David.

No le quitaré todo el reino; en consideración a mi
siervo David, a quien elegí, que guardó mis leyes y pre-
ceptos, lo mantendré de jefe mientras viva; pero a su
hijo le quito el reino y te doy a ti diez tribus. A su hijo
le daré una tribu, para que mi siervo David tenga siem-
pre una lámpara ante mí en Jerusalén, la ciudad que
me elegí para que residiera allí mi Nombre.

En cuanto a ti, voy a escogerte para que seas rey de
Israel, según tus ambiciones. Si obedeces en todo lo que
yo te ordene y caminas por mis sendas y practicas lo
que yo apruebo, guardando mis mandatos y preceptos,
como lo hizo mi siervo David, yo estaré contigo y te daré
una dinastía duradera, como hice con David, y te daré
Israel. Humillaré a los descendientes de David por esto,
aunque no para siempre."»

Salomón intentó matar a Jeroboam, pero Jeroboam
emprendió la fuga a Egipto, donde reinaba Sisac, y es-
tuvo allí hasta que murió Salomón.

Para más datos sobre Salomón, sus empresas y su sa-
biduría, véanse los Anales de Salomón. Salomón reinó
en Jerusalén, sobre todo Israel, cuarenta años. Cuando
murió, lo enterraron en la ciudad de David, su padre.
Su hijo Roboam le sucedió en el trono.

Responsorio

R. Tú, Salomón, pusiste un borrón sobre tu gloria; pero
el Señor no renuncia jamás a su lealtad, * no deja
que se pierdan sus palabras.

V. Dios permanece fiel, porque no puede desmentirse a
sí mismo.

R. No deja que se pierdan sus palabras.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Agustín, obispo

Las palabras del Señor nos advierten que, en medio
de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay
una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque
somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún
en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende
nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión.
Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no deje-
mos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un
día llegar a término.

Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo
por su parentesco de sangre, sino también por sus sen-
timientos de piedad; ambas estaban estrechamente uni-
das al Señor, ambas le servían durante su vida mortal
con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acos-
tumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en
este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor,
una enferma al Salvador, una creatura al Creador. Le
dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que
la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor
quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimen-
tado por los esclavos, y ello no por necesidad, sino por
condescendencia, ya que fue realmente una condescen-
dencia el permitir ser alimentado. Su condición humana
lo hacía capaz de sentir hambre y sed.

Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de hués-
ped, él, que vino a los suyos y los suyos no lo recibieron;
pero a cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser
hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos
en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndo-
los en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga:
«Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su
propia casa.» No te sepa mal, no te quejes por haber
nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor
en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya
que el mismo Señor afirma: Cada vez. que lo hicisteis
con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis.

Por lo demás, tú, Marta —dicho sea con tu venia, y
bendita seas por tus buenos servicios—, buscas el des-
canso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocu-
pada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar
unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son
de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria
celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, ham-
brientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes
dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a
quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?

Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que
María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no
tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí al-
canzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido
María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta
de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocu-
rrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos:
Os aseguro que se pondrá de faena, los hará sentar a la
mesa y se prestará a servirlos.

Responsorio

R. Después de que Jesús resucitó a Lázaro, le ofrecie-
ron un banquete en Betania, * y Marta servía la
mesa.

V. María tomó una libra de ungüento precioso y ungió
los pies de Jesús.

R. Y Marta servía la mesa.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, cuyo Hijo quiso aceptar
la hospitalidad que santa Marta le ofreció en su casa,
haz que nosotros, por intercesión de esta santa, estemos
siempre dispuestos a servirte en cada uno de nuestros
hermanos y así merezcamos ser recibidos por ti en las
moradas eternas, al final de nuestra vida. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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