29 de julio
Era hermana de María y de Lázaro; cuando hospedó al
Señor en su casa de Betania se esforzó en servirle lo mejor
que pudo y, más tarde, con sus oraciones impetró la resurrec-
ción de su hermano.
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Entremos en la presencia del Señor dándole gracias.
HIMNO
Dios de la tierra y del cielo,
que por dejarlas más clara,
las grandes aguas separas,
pones límite al cielo.
Tú que das cauce al riachuelo
y alzas la nube a la altura,
tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del río
sobre las tierras de estío,
sanando su quemadura,
danos tu gracia, piadoso,
para que el viejo pecado
no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.
Hazlo en la fe luminoso,
alegre en austeridad,
y hágalo tu claridad
salir de sus vanidades;
dale, Verdad de verdades,
el amor a tu verdad. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.
- Salmo 6 -
Señor, no me corrijas con tu ira,
no me castigues con cólera.
Misericordia, Señor, que desfallezco;
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio,
y tú, Señor, ¿hasta cuando?
Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame por tu misericordia.
Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el abismo, ¿quién te alabará?
Estoy agotado de gemir:
de noche lloro sobre el lecho,
riego mi cama con lágrimas.
Mis ojos se consumen irritados,
envejecen por tanta contradicciones.
Apartaos de mí los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración.
Que la vergüenza abrume a mis enemigos,
que avergonzados huyan al momento.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Sálvame, Señor, por tu misericordia.
Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.
Salmo 9A
--I--
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas;
me alegro y exulto contigo
y toco en honor de tu nombre, ¡oh Altísimo!
Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante tu rostro.
Defendiste mi causa y mi derecho
sentado en tu trono como juez justo.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío
y borraste para siempre su apellido.
El enemigo acabó en ruina perpetua,
arrasaste sus ciudades y se perdió su nombre.
Dios está sentado por siempre
en el trono que ha colocado para juzgar.
Él jusgará el orbe con justicia
y regirá los pueblos con rectitud.
Él será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confían en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 El Señor es el refugio del oprimido en los
momentos de peligro.
Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.
-II -
Tañed en honor del Señor, que reside en Sión;
narrad sus hazañas a los pueblos;
él venga la sangre, él recuerda,
y no olvida los gritos de los humildes.
Piedad, Señor; mira cómo me afligen mis enemigos;
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron,
su pie quedó prendido en la red que escondieron.
El Señor apareció para hacer justicia,
y se enredó el malvado en sus propias acciones.
Vuelvan al abismo los malvados,
los pueblos que olvidan a Dios.
Él no olvida jamás al pobre,
ni la esperanza de humilde perecerá.
Levántate, Señor, que el hombre no triunfe:
sean juzgados los gentiles en tu presencia.
Señor, infundeles terror,
y aprendan los pueblos que no son más que hombres.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Narraré tus hazañas en las puertas de Sión.
VERSÍCULO
V. Enséñame a cumplir tu voluntad.
R. Y a guardarla de todo corazón.
PRIMERA LECTURA
Del libro de Job
29, 1-10; 30, 1. 9-23
Volvió Job a tomar la palabra, diciendo:
«¡Quién me diera volver a los antiguos días, cuando
Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba sobre
mi cabeza y a su luz cruzaba las tinieblas! Aquellos días
de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda,
el Todopoderoso estaba aún conmigo y mis hijos me ro-
deaban. Cuando mis pies en leche se bañaban y arroyos
de aceite la roca me vertía.
Cuando salía a la puerta de la ciudad y mi asiento
en la plaza colocaba, los jóvenes, al verme, se apartaban,
los ancianos en pie permanecían, los jefes suspendían sus
palabras y la mano ponían sobre su boca, enmudecía la
voz de los notables y su lengua se pegaba al paladar.
Ahora, en cambio, se burlan de mí muchachos más
jóvenes que yo, a cuyos padres nunca juzgué dignos ni
de mezclarse con los perros de mi grey. Ahora, en cam-
bio, soy el tema de sus coplas, soy el blanco de sus
burlas, me aborrecen, aléjanse de mí, y aun se atreven
a escupirme hasta en la cara. Dios ha aflojado la cuerda
de mi arco, y me humillan, rompiendo todo freno en mi
presencia.
A mi derecha se levanta una canalla que prepara el
camino a mi exterminio; deshacen mi sendero, trabajan
en mi ruina y nadie los detiene; irrumpen al asalto por
una ancha brecha, en medio del estruendo. Los terrores
se vuelven contra mí, mi dignidad se disipa como el aire
y pasa como nube mi ventura.
Y ahora desfallece en mí mi alma: de día me ame-
naza la aflicción, la noche me taladra hasta los huesos,
pues no duermen las llagas que me roen. Él me aferra
con violencia por la ropa, me sujeta por el cuello de la
túnica, me ha tirado en el fango y me confundo con el
barro y la ceniza.
Grito hacia ti y tú no ms respondes, espero en ti y
tú no me haces caso. Te has vuelto mi verdugo y me
atacas con brazo vigoroso. Me levantas en vilo sobre el
viento y en medio del ciclón me zarandeas. Sí, ya sé
que a la muerte me conduces, a la cita de todos los
vivientes.»
Responsorio
R. La noche me taladra hasta los huesos, pues no duer-
men las llagas que me roen. * Me ha tirado en el
fango y me confundo con el barro y la ceniza.
V. Déjame, Señor, que mis días son un soplo.
R. Me ha tirado en el fango y me confundo con el ba-
rro y la ceniza.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
Las palabras del Señor nos advierten que, en medio
de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay
una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque
somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún
en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende
nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión.
Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no deje-
mos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un
día llegar a término.
Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo
por su parentesco de sangre, sino también por sus sen-
timientos de piedad; ambas estaban estrechamente uni-
das al Señor, ambas le servían durante su vida mortal
con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acos-
tumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en
este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor,
una enferma al Salvador, una creatura al Creador. Le
dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que
la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor
quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimen-
tado por los esclavos, y ello no por necesidad, sino por
condescendencia, ya que fue realmente una condescen-
dencia el permitir ser alimentado. Su condición humana
lo hacía capaz de sentir hambre y sed.
Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de hués-
ped, él, que vino a los suyos y los suyos no lo recibieron;
pero a cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser
hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos
en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndo-
los en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga:
«Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su
propia casa.» No te sepa mal, no te quejes por haber
nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor
en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya
que el mismo Señor afirma: Cada vez. que lo hicisteis
con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis.
Por lo demás, tú, Marta —dicho sea con tu venia, y
bendita seas por tus buenos servicios—, buscas el des-
canso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocu-
pada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar
unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son
de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria
celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, ham-
brientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes
dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a
quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?
Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que
María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no
tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí al-
canzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido
María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta
de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocu-
rrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos:
Os aseguro que se pondrá de faena, los hará sentar a la
mesa y se prestará a servirlos.
Responsorio
R. Después de que Jesús resucitó a Lázaro, le ofrecie-
ron un banquete en Betania, * y Marta servía la
mesa.
V. María tomó una libra de ungüento precioso y ungió
los pies de Jesús.
R. Y Marta servía la mesa.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, cuyo Hijo quiso aceptar
la hospitalidad que santa Marta le ofreció en su casa,
haz que nosotros, por intercesión de esta santa, estemos
siempre dispuestos a servirte en cada uno de nuestros
hermanos y así merezcamos ser recibidos por ti en las
moradas eternas, al final de nuestra vida. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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