28 de diciembre
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant A Cristo recién nacido, que otorgó a los mártires
Inocentes la corona de la gloria, venid, adorémosle.
HIMNO
Tanto al tirano le place
hacer de su orgullo ley,
que por deshacer a un Rey
un millar de reyes hace.
Por matar a un enemigo
siembra de sangre Belén,
y en Belén, casa del trigo,
no muere un Rey, nacen cien.
Y así su cólera loca
no puede implantar su ley,
pues quiere matar a un Rey
y corona a cuantos toca.
La furia del mal así
no puede vencer jamás,
pues, cuando me hiere a mí,
estás tú, Señor, detrás.
Estás para convertir
en corona cada muerte,
para decirnos que el fuerte
es el que sabe morir. Amén.
SALMODIA
Ant. 1 Tus hijos saltaron de gozo como corderos, ala-
bándote a ti, Señor, que los libraste.
Salmo 2
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
"Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo."
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
"Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo."
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: "Tú eres mi Hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza."
Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de protno su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 1 Tus hijos saltaron de gozo como corderos, ala-
bándote a ti, Señor, que los libraste.
Ant. 2 Éstos fueron rescatados de entre los hombres,
como primicias ofrecidas a Dios y al Cordero, y están sin
mancha ante el trono de Dios.
-Salmo 32-
--I--
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando vuestra música con aclamaciones:
que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales,
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo y existió;
lo mandó, y surgió.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Éstos fueron rescatados de entre los hombres,
como primicias ofrecidas a Dios y al Cordero, y están sin
mancha ante el trono de Dios.
Ant. 3 Una dicha eterna coronará su cabeza, gozo y
alegría los seguirán y se alejarán de ellos las penas y
aflicciones.
-II-
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
nada vale sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros esperaremos en el Señor:
él es nuestro auxilio y escudo,
con él se alegra nuestro corazón,
en su Santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Una dicha eterna coronará su cabeza, gozo y
alegría los seguirán y se alejarán de ellos las penas y
aflicciones.
VERSÍCULO
V. Los santos cantaban un cántico nuevo
ante el trono de Dios y del Cordero.
R. Y resonaba la tierra con sus voces.
PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo
1, 8-16. 22
En aquellos días, subió al trono de Egipto un Faraón
nuevo que no había conocido a José, y dijo a su pueblo:
«Mirad, el pueblo de Israel se está haciendo más nu-
meroso y fuerte que nosotros; vamos a vencerlo con as-
tucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará
con el enemigo, nos atacará y después se marchará de
nuestra tierra.»
Así pues, nombraron capataces que los oprimieran con
cargas, en la construcción de las ciudades-granero, Pitom
y Ramsés. Pero cuanto más los oprimían, más ellos cre-
cían y se propagaban, de modo que los egipcios llegaron
a temer a los hijos de Israel. Entonces les impusieron
trabajos crueles y les amargaron la vida con dura escla-
vitud: el trabajo del barro y de los ladrillos, y toda clase
de trabajos del campo.
El rey de Egipto ordenó a las parteras hebreas:
«Cuando asistáis a las hebreas y les llegue el momento,
si es niño lo matáis, si es niña la dejáis con vida.»
Y ordenó luego también el Faraón a toda su gente:
«Cuando nazca un niño echadlo al Nilo, pero si es niña
dejadla con vida.»
Responsorio
R. Me regocijaré de mi pueblo: * Ya no se oirán en él
llantos ni gemidos.
V. No habrá ya muerte ni desdichas, ni lamentos ni
aflicciones; mirad que voy a renovar todas las cosas.
R. Ya no se oirán en él llantos ni gemidos.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Quodvuldeo, obispo
El gran Rey nace como un niño pequeño. Vienen los
magos desde tierras lejanas; vienen para adorar al que
está todavía acostado en un pesebre, pero que reina ya
en el cielo y en la tierra. Cuando los magos hacen saber
a Heredes que ha nacido el Rey, Heredes se altera y, para
no perder su reino, quiere matar al recién nacido; y, sin
embargo, si hubiese creído en él hubiera podido reinar
tranquilo aquí en la tierra y para siempre en la otra vida.
¿Por qué temes, Heredes, al oír que ha nacido el Rey?
Él no ha venido para destronarte, sino para vencer al
diablo. Pero esto tú no lo entiendes y por esto te alteras
y te llenas de furor; y, para perder al único niño que
buscas, te conviertes en el cruel asesino de muchos.
No te detienen ni las lágrimas de las madres ni el
dolor de los padres que lloran la muerte de sus hijos ni
los gritos y quejidos de los niños. Matas los cuerpos de
los niños, porque a ti el temor te mata el corazón; y
piensas que, si logras tu objetivo, podrás vivir por largo
tiempo, cuando en realidad pretendes matar al que es la
Vida en persona.
Aquel que es la fuente de la gracia, que es pequeño y
grande a la vez, que está acostado en un pesebre, te
hace temer por tu trono; por medio de ti, y sin que tú
lo sepas, realiza sus designios y libra a las almas de la
cautividad del demonio. A los que habían nacido en pe-
cado los recibe en el número de sus hijos adoptivos.
Aquellos niños, sin saberlo, mueren por Cristo, y sus
padres lloran la muerte de aquellos mártires; Cristo,
cuando eran todavía incapaces de hablar, los convierte
en idóneos testigos suyos. Así es el reinado de aquel que
ha venido para ser rey. Así libera aquel que ha venido
a ser libertador, así salva aquel que ha venido a ser
salvador. Pero tú, Herodes, ignorando todo esto, te alte-
ras y te llenas de furor; y, al llenarte de furor contra
aquel niño, le prestas ya tu homenaje sin saberlo.
¡Cuan grande y gratuito es el don! ¿Qué merecimien-
tos tenían aquellos niños para obtener la victoria? Aún
no hablan y ya confiesan a Cristo. Sus cuerpos no tienen
aún la fuerza suficiente para la lucha y han conseguido
ya la palma de la victoria.
Responsorio
R. Rindieron adoración al que vive por todos los siglos,
* y depositaron sus coronas ante el trono del Señor,
su Dios.
V. Se postraron, rostro en tierra, delante del trono y
alabaron al que vive por todos los siglos.
R. Y depositaron sus coronas ante el trono del Señor,
su Dios.
HIMNO FINAL
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos elegidos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
Oremos:
Señor Dios, cuya gloria pregonaron en este día los
Inocentes mártires, no con palabras, sino dando su
vida por ti, haz que nuestra conducta testifique con
hechos la fe que proclamamos con los labios. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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