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Oficio de lectura
Viernes III Ordinario
SANTOS TIMOTEO Y TITO, obispos
Memoria

26 de enero.

Timoteo y Tito, discípulos y colaboradores del apóstol Pa-
blo, presidieron las Iglesias de Éfeso y Creta, respectivamete.
Ellos fueron los destinatarios de las cartas llamadas "pasto-
rales", cartas llenas de excelentes recomendaciones para la for-
mación de pastores y fieles.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Delante de tus ojos
ya no enrojecemos
a causa del antiguo
pecado d tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de los pueblos
nos guardas como un resto,
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo,
revoca sus decretos:
la salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

- Salmo 68, 2-22. 30-37 -
--I--

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;

más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extraño para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos, se burlan de mí;
cuando me visto de saco, se ríen de mí;
sentados a la puerta murmuran,
mientras beben vino me cantan burlas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Ant. 2 En mi comida me echaron hiel, para mi sed me
dieron vinagre.

--II--

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

Arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia,
por tu gran conpasión vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista está los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 En mi comida me echaron hiel, para mi sed me
dieron vinagre.

Ant. 3 Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

--III--

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo los humildes y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

VERSÍCULO

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.
R. Y marcharemos por sus sendas.

PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis
24, 33-41. 49-67

En aquellos días, cuando ofrecieron de comer al cria-
do de Abraham, él rehusó:

«No comeré hasta explicar mi asunto.»

Y le dijeron:

«Habla.»

Entonces él comenzó:

«Soy criado de Abraham. El Señor ha bendecido in-
mensamente a mi amo y lo ha hecho rico; le ha dado
ovejas y vacas, oro y plata, siervos y siervas, camellos
y asnos; Sara, la mujer de mi amo, siendo ya vieja, le
ha dado un hijo, que lo hereda todo. Mí amo me tomó
juramento:

"Cuando le busques mujer a mi hijo, no la escogerás
de los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a
casa de mi padre y mis parientes, y allí le buscarás mujer
a mi hijo."

Yo le contesté:

"¿Y si la mujer no quiere venir conmigo?"

Él replicó:

"El Señor, en cuya presencia me muevo, enviará su
ángel contigo, dará éxito a tu empresa, y encontrarás
mujer para mi hijo en la casa de mi padre y mis pa-
rientes. Pero quedarás libre del juramento si, llegado a
casa de mis parientes, no te la quieren dar; entonces
quedarás libre del juramento."

Por tanto, si queréis ser leales y sinceros con mi amo,
decídmelo y, si no, decídmelo también, para actuar en
consecuencia.»

Labán y Betuel le contestaron:

«El asunto viene del Señor, nosotros no podemos
responderte bien o mal. Ahí tienes a Rebeca, tómala y
vete; y sea la mujer del hijo de tu amo, como el Señor
ha dicho.»

Cuando el criado de Abraham oyó esto, se postró en
tierra ante el Señor. Después, sacó ajuar de plata y oro
y vestidos, y se los ofreció a Rebeca; y ofreció regalos
al hermano y a la madre. Comieron y bebieron él y sus
compañeros, y, a la mañana siguiente, se levantaron y
dijeron:

«Dejadme volver a mi amo.»

El hermano y la madre replicaron:

«Deja que la chica se quede con nosotros unos diez
días, después se marchará.»

Pero él replicó:

«No me detengáis, después que el Señor ha dado éxi-
to a mi viaje: dejadme volver a mi amo.»

Ellos dijeron:

«Vamos a llamar a la chica y a preguntarle su opi-
nión.»

Llamaron a Rebeca y le preguntaron:

«¿Quieres ir con este hombre?»

Ella respondió:

«Sí.»

Entonces, despidieron a Rebeca y a su nodriza, al
criado de Abraham y a sus compañeros. Y bendijeron
a Rebeca:

«Tú eres nuestra hermana: crece mil y mil veces, y
que tu descendencia someta el poder de sus enemigos.»

Rebeca y sus compañeras se levantaron, montaron en
los camellos y siguieron al hombre; y así se llevó a Re-
beca el criado de Abraham.

Isaac se había trasladado del «Pozo del que vive y
ve» al territorio del Negueb. Una tarde salió a pasear
por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos ca-
mellos. También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac,
bajó del camello y d'jo al criado:

«¿Quién es aquel hombre que viene en dirección nues-
tra por el campo?»

Respondió el criado:

«Es mi amo.»

Y ella tomó el velo y se cubrió. El criado le contó a
Isaac todo lo que había hecho. Isaac introdujo a Rebeca
en la tienda de Sara, su madre, la tomó por esposa y,
con su amor, se consoló de la muerte de su madre.

Responsorio

R. Levántate, amada mía, y ven; déjame escuchar tu
voz, - porque es muy dulce tu hablar y gracioso
tu semblante.

V. Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre,
la tomó por esposa y la amó.

R. Porque es muy dulce tu hablar y gracioso tu sem-
blante.

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de san Juan Crisóstomo, obispo

Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo,
y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al
de los que conquistan el premio en los juegos; amaba los
sufrimientos no menos que el premio, ya que estos mis-
mos sufrimientos, para él, equivalían al premio; por esto
los consideraba como una gracia. Sopesemos bien lo que
esto significa. El premio consistía ciertamente en partir
para estar con Cristo; en cambio, quedarse en esta vida
significaba el combate; sin embargo, el mismo anhelo de
estar con Cristo lo movía a diferir el premio, llevado del
deseo del combate, ya que lo juzgaba más necesario.

Comparando las dos cosas, el estar separado de Cris-
to representaba para él el combate y el sufrimiento, más
aún, el máximo combate y el máximo sufrimiento. Por
el contrario, estar con Cristo representaba el premio sin
comparación; con todo, Pablo, por amor a Cristo, pre-
fiere el combate al premio.

Alguien quizá dirá que todas estas dificultades él las
tenía por suaves, por su amor a Cristo. También yo lo
admito, ya que todas aquellas cosas, que para nosotros
son causa de tristeza, en él engendraban el máximo de-
leite. Y ¿para qué recordar las dificultades y tribulacio-
nes? Su gran aflicción le hacía exclamar: ¿Quién sufre
angustias sin que yo las comparta? ¿Quién es impugnado
por el enemigo sin que esté yo en ascuas?

Os ruego que no sólo admiréis, sino que también imi-
téis este magnífico ejemplo de virtud: así podremos ser
partícipes de su corona.

Y si alguien se admira de esto que hemos dicho, a
saber, que el que posea unos méritos similares a los de
Pablo obtendrá una corona semejante a la suya, que
atienda a las palabras del mismo Apóstol: He comba-
tido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he man-
tenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, que
el Señor, justo juez, me otorgará aquel día; y no sólo
a mí, sino también a todos los que hayan esperado con
amor su venida. ¿Te das cuenta de cómo nos invita a
todos a tener parte en su misma gloria?

Así pues, ya que a todos nos aguarda una misma co-
rona de gloria, procuremos hacernos dignos de los bienes
que tenemos prometidos.

Y no sólo debemos considerar en el Apóstol la mag-
nitud y excelencia de sus virtudes y su pronta y robusta
disposición de ánimo, por las que mereció llegar' a un
premio tan grande, sino que hemos de pensar también
que su naturaleza era en todo igual a la nuestra; de este
modo, las cosas más arduas nos parecerán fáciles y lle-
vaderas y, esforzándonos en este breve tiempo de nues-
tra vida, alcanzaremos aquella corona incorruptible e
inmortal, por la gracia y la misericordia de nuestro Se-
ñor Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el imperio
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Responsorio

R. Como hombre de Dios que eres, corre al alcance
de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de
la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura. * Com-
bate el buen combate de la fe, conquista la vida
eterna.

V. Enseña lo que es conforme a la sana doctrina.

R. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida
eterna.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor Dios nuestro, que concediste a los santos Ti-
moteo y Tito vivir de manera semejante a los apóstoles,
haz que, ayudados por su intercesión, vivamos en este
mundo justa y piadosamente y alcancemos después tu
reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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