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Oficio de lectura
Viernes XXXIII Ordinario
SANTA CECILIA,
virgen y mártir.
Memoria

22 de noviembre.

El culto de santa Cecilia, bajo cuyo nombre fue construida
en Roma una basílica el siglo V, se difundió ampliamente a
a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada como
ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la vir-
ginadad y sufrió el martirio por amor a Cristo.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Delante de tus ojos
ya no enrojecemos
a causa del antiguo
pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo
el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde
de corazón sincero.

En medio de los pueblos
nos guardas como un resto,
para cantar tus obras
y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva
para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe,
según tu Primogénito.

Caerán los opresores
y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio
serán tus herederos.
Señalarás entonces
el día del regreso
para los que comían
su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!
¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor, que es justo,
revoca sus decretos:
la salvación se anuncia
donde acechó el infierno,
porque el Señor habita
en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

- Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-28-
--I--

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerra contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
"Yo soy tu victoria."

Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
"Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?"

Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

--II--

Yo, en cambio, cuando estabn enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.

Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste,
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;

me laceraban sin cesar,
cruelmente ser burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que
eres poderoso.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

--III--

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,

y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.

Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no se hagan guiños a mi costa
los que odian sin razón.

Señor, tú lo has visto, no te calles;
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío;
Señor mío, defiende mi causa.
Júzgame tú según tu justicia.

Que cantes y se alegren
los que desean mi victoria;
que repitan siempre: "Grande es el Señor",
los que desean la paz a tu siervo.

Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabaré

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días
te alabaré, Señor.

VERSÍCULO

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Daniel
2, 26-47

En aquellos días, tomó el rey Nabucodonosor la pala-
bra y dijo a Daniel (por sobrenombre Beltsasar):

«¿Eres tú capaz de manifestarme el sueño que he te-
nido y su interpretación?»

Daniel tomó la palabra en presencia del rey y dijo:

«El misterio que el rey quiere saber no hay sabios,
magos, adivinos ni astrólogos que lo puedan revelar al
rey; pero hay un Dios en el cielo, que revela los misterios
y que ha dado a conocer al rey Nabucodonosor lo que
sucederá al fin de los días. Tu sueño y las visiones de
tu cabeza cuando estabas en tu lecho eran éstos:

Oh rey, los pensamientos que agitaban tu mente en el
lecho se referían a lo que ha de suceder en el futuro, y el
que revela los misterios te ha dado a conocer lo que
sucederá. A mí, sin que yo posea más sabiduría que cual-
quier otro ser viviente, se me ha revelado este misterio
con el solo fin de manifestar al rey su interpretación y
de que tú conozcas los pensamientos de tu corazón.

Tú, oh rey, has tenido esta visión: Una estatua, una
enorme estatua, de extraordinario brillo, de aspecto terri-
ble, se levantaba ante ti. La cabeza de esta estatua era de
oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus
lomos de bronce, sus piernas dé hierro, sus pies parte de
hierro y parte de arcilla.

Tú estabas mirando, cuando de pronto una piedra se
desprendió, sin intervención de mano alguna, vino a dar a
la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pulverizó.
Entonces quedó pulverizado todo a la vez: el hierro, la
arcilla, el bronce, la plata y el oro; quedaron como el
tamo de la era en verano, y el viento se lo llevó sin dejar
rastro. Y la piedra que había golpeado la estatua se con-
virtió en un gran monte que llenó toda la tierra. Tal fue
el sueño; ahora diremos ante el rey su interpretación.

Tú, oh Rey, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha
dado reino, imperio, poder y gloria —los hijos de los
hombres, las bestias del campo, los pájaros del cielo,
dondequiera que habiten, los ha dejado en tus manos y
te ha hecho soberano de ellos—, tú eres la cabeza de oro.
Después de ti surgirá otro reino, inferior a ti, y luego un
tercer reino, de bronce, que dominará la tierra entera.
Y habrá un cuarto reino, duro como el hierro, como el
hierro que todo lo pulveriza y machaca; como el hierro
que aplasta, así él pulverizará y aplastará a todos los
otros.

Y lo que has visto, los pies y los dedos, parte de arci-
lla y parte de hierro, es un reino que estará dividido; ten-
drá la solidez del hierro, según has visto el hierro mez-
clado con la masa de arcilla. Los dedos de los pies, par-
te de hierro y parte de arcilla, es que el reino será en
parte fuerte y en parte frágil. Y lo que has visto, el hierro
mezclado con la masa de arcilla, es que se mezclarán
ellos entre sí por simiente humana, pero no se mezclarán
el uno al otro, de la misma manera que el hierro no se
mezcla con la arcilla.

En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir
un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará
a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos rei-
nos, y él subsistirá eternamente: tal como has visto des-
prenderse del monte, sin intervención de mano humana,
la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la ar-
cilla, la plata y el oro. El Dios grande ha manifestado al
rey lo que ha de suceder. El sueño es verdadero y su in-
terpretación digna de confianza.»

Entonces, el rey Nabucodonosor cayó rostro en tierra,
se postró ante Daniel y ordenó que se le ofreciera obla-
ción y calmante aroma. El rey tomó la palabra y dijo a
Daniel:

«Verdaderamente vuestro Dios es el Dios de los dio-
ses, el Señor de los reyes, el revelador de los misterios,
ya que tú has podido revelar este misterio.»

Responsorio

R. El Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será
destruido, y que pulverizará y aniquilará a todos los
demás reinos; * pero este reino de Dios subsistirá
eternamente.

V. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la
piedra angular; aquel sobre quien cayere esta piedra
será aplastado.

R. Pero este reino de Dios subsistirá eternamente.

SEGUNDA LECTURA

De los Comentarios de san Agustín, obispo, sobre los
salmos

Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor
el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Des-
pojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico
nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico.
El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo
pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su
antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes
ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos.
Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nue-
vo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que
debe cantar el cántico nuevo.

Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría.
Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero
hazlo bien. Él no admite un canto*'que ofenda sus oídos.
Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para
agradar a alguien entendido en música, no te atreverás
a cantarle sin la debida preparación musical, por temor
a desagradarle, ya que él, como perito en la materia,
descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a
otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con
maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe
escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a
cantar con tanto arte y maestría que en nada desagra-
des a unos oídos tan perfectos?

Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo
has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como
si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a
Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada
a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir can-
tar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expre-
sar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los
que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en
algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con pa-
labras que manifiestan su alegría, pero luego es tan
grande la alegría que los invade que, al no poder expre-
sarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un
simple sonido de júbilo.

El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de
expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar
es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable.
Porque, si es inefable, no puede ser traducido en pala-
bras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra
parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer
es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra
sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada
por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.

Responsorio

R. Llena está mi boca de tu alabanza y de tu gloria,
todo el día; * te aclamarán mis labios, Señor.

V. Me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu
nombre, ¡oh Altísimo!

R. Te aclamarán mis labios, Señor.

ORACIÓN.

Oremos:
Acoge con bondad nuestras súplicas, Señor, y, por in-
tercesión de santa Cecilia, dígnate escucharnos. Por nues-
tro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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