22 de noviembre.
El culto de santa Cecilia, bajo cuyo nombre fue construida
en Roma una basílica el siglo V, se difundió ampliamente a
a causa del relato de su martirio, en el que es ensalzada como
ejemplo perfectísimo de la mujer cristiana, que abrazó la vir-
ginadad y sufrió el martirio por amor a Cristo.
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Adoremos a Dios, porque él nos ha creado.
HIMNO
Con entrega, Señor, a ti venimos,
escuchar tu palabra deseamos;
que el Espíritu ponga en nuestros labios
la alabanza al Padre de los cielos.
Se convierta en nosotros la palabra
en la luz que a los hombres ilumina,
en la fuente que salta hasta la vida,
en el pan que repara nuestras fuerzas;
en el himno de amor y de alabanza
que se canta en el cielo eternamente,
y en la carne de Cristo se hizo canto
de la tierra y del cielo juntamente.
Gloria a ti, Padre nuestro, y a tu Hijo,
el Señor Jesucristo, nuestro hermano,
y al Espíritu Santo, que, en nosotros,
glorifica tu nombre por los siglos. Amén.
SALMODIA
Ant.1 Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. +
- Salmo 17, 2-30 -
--I--
Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
+
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.
En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz
y mi grito llegó a sus oídos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.1 Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
Ant. 2 El Señor me libró porque me amaba.
--II--
Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su rostro se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz,
y lanzaba carbones ardiendo.
Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba sobre un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad:
como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;
y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.
El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste el fragor de tu voz,
al soplo de tu ira.
Desde el cielo alargó la mano y me sostuvo,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.
Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 El Señor me libró porque me amaba.
Ant. 3 Señor, tú eres mi lámpara, tu alumbras mis
tinieblas.
--III--
El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;
le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.
Con el fiel, tu eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.
Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti, me meto en la refriega;
fiado en mi Dios, asalto la muralla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Señor, tú eres mi lámpara, tu alumbras mis
tinieblas.
VERSÍCULO
V. Todos quedaban maravillados.
R. De las palabras que salían de la boca de Dios.
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Ezequiel
20, 27-44
En aquellos días, el Señor me dirigió la palabra y me
dijo:
«Hijo de hombre, habla así a la casa de Israel: Esto
dice el Señor: Vuestros padres me ofendieron cometien-
do esta traición: Cuando los introduje en la tierra que
con la mano en alto había jurado darles, al ver un collado
alto, al ver un árbol copudo, allí hacían sus sacrificios,
allí depositaban su irritante ofrenda, allí ponían sus obla-
clones de aroma que aplaca, allí vertían sus libaciones.
Entonces les pregunté: "¿Qué hay en ese altozano que
frecuentáis?" Y se quedó con el nombre de "altozano"
hasta el día de hoy.
Por tanto, dile a la casa de Israel: Esto dice el Señor:
Os contamináis igual que vuestros padres, fornicáis con
sus fetiches, ofrecéis a vuestros hijos pasándolos por el
fuego, os seguís contaminando con vuestros ídolos, ¿y voy
a dejarme consultar por vosotros, casa de Israel? Por
mi vida —oráculo del Señor—, juro que no me dejaré
consultar. Jamás se realizarán los planes que estáis pen-
sando: "Seremos como los demás pueblos, como las ra-
zas de otros países, sirviendo al palo y a la piedra."
Por mi vida —oráculo del Señor— juro que con mano
poderosa, con brazo extendido, con cólera incontenible,
reinaré sobre vosotros, y os sacaré de los países y os
reuniré de entre las naciones por las que andáis disper-
sos, con mano poderosa, con brazo extendido, con cólera
incontenible. Y os llevaré al desierto de los pueblos, para
pleitear allí con vosotros cara a cara. Igual que pleiteé
con vuestros padres, en el desierto de Egipto, así plei-
tearé con vosotros —oráculo del Señor—. Os haré pasar
bajo el cayado, y os haré entrar uno a uno por el aro de
la alianza; y excluiré a los rebeldes, que se sublevan con-
tra mí; los sacaré del país de su destierro, pero no en-
trarán en la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el
Señor.
A vosotros, casa de Israel, esto os dice el Señor: Cada
uno que vaya a servir a sus ídolos, si no quiere obede-
cerme; pero que no siga profanando mi santo nombre,
con sus ofrendas idolátricas. Porque en mi santo monte,
en el más alto monte de Israel —oráculo del Señor—,
allí en la tierra, me servirá la casa' de Israel toda entera.
Allí los aceptaré, allí os pediré vuestros tributos, vuestras
primicias y vuestros dones sagrados.
Como aroma que calma os aceptaré, cuando os saque
de los países y os reúna de entre las naciones en las
que estáis dispersos, y muestre en vosotros mi santidad
a la vista de los gentiles. Y sabréis que yo soy el Señor
cuando os lleve a la tierra de Israel, al país que con la
mano en alto juré dar a vuestros padres. Allí, cuando os
acordéis de vuestra conducta y de las malas obras con
que os contaminasteis, sentiréis asco de vosotros mismos
por las maldades que cometisteis. Y sabréis que yo soy
el Señor cuando os trate como exige mi nombre, no según
vuestra mala conducta y vuestras obras perversas, casa
de Israel —oráculo del Señor---.»
Responsorio
R. Sabréis que yo soy el Señor cuando os trate como
exige mi nombre, * cuando os acordéis de vuestra
conducta y de las malas obras con que os contami-
nasteis.
V. Os haré pasar bajo el cayado, y os haré entrar uno
a uno por el aro de la alianza.
R. Cuando os acordéis de vuestra conducta y de las ma-
las obras con que os contaminasteis.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Agustín, obispo, sobre los
salmos
Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor
el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Des-
pojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico
nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico.
El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo
pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su
antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes
ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos.
Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nue-
vo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que
debe cantar el cántico nuevo.
Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría.
Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero
hazlo bien. Él no admite un canto*'que ofenda sus oídos.
Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para
agradar a alguien entendido en música, no te atreverás
a cantarle sin la debida preparación musical, por temor
a desagradarle, ya que él, como perito en la materia,
descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a
otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con
maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe
escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a
cantar con tanto arte y maestría que en nada desagra-
des a unos oídos tan perfectos?
Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo
has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como
si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a
Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada
a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir can-
tar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expre-
sar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los
que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en
algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con pa-
labras que manifiestan su alegría, pero luego es tan
grande la alegría que los invade que, al no poder expre-
sarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un
simple sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de
expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar
es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable.
Porque, si es inefable, no puede ser traducido en pala-
bras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra
parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer
es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra
sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada
por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.
Responsorio
R. Llena está mi boca de tu alabanza y de tu gloria,
todo el día; * te aclamarán mis labios, Señor.
V. Me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu
nombre, ¡oh Altísimo!
R. Te aclamarán mis labios, Señor.
ORACIÓN.
Oremos:
Acoge con bondad nuestras súplicas, Señor, y, por in-
tercesión de santa Cecilia, dígnate escucharnos. Por nues-
tro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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