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Oficio de lectura
Martes XX Ordinario
LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, REINA.
Memoria

22 de agosto

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Al Señor, al Dios grande, venid adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra!
Penetra como fuego
y divide la entraña
¡Nada como tu voz,
es terrible tu espada!
¡Nada como tu aliento,
es dulce tu palabra!

Tenemos que vivir
encendida la lámpara,
que para virgen necia
no es posible la entrada.
No basta con gritar
sólo palabras vanas,
no tocar a la puerta
cuando ya está cerrada.

Espada de dos filos
que me cercena el alma,
que hiere a sangre y fuego
esta carne mimada,
que mata los ardores
para encender la gracia.

Vivir de tus incendios,
luchar por tus batallas,
dejar por los caminos
rumor de tus sandalias.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra! Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas
tu rostro.

- Salmo 101 -
--I--

Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia .
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.

Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.

Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.

En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas
tu rostro.

Ant. 2 Escucha, Señor, la súplica de los indefensos.

--II--

Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.

Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas:
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.

Cuando el Señor recontruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte,

para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Escucha, Señor, la súplica de los indefensos.

Ant. 3 Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es
obra de tus manos.

--III--

Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;

y yo diré: "Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días."

Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es la obra de tus manos.

Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es
obra de tus manos.

VERSÍCULO

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.
R. Inclina tu oído a las palabras de mi boca.

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Efesios
2, 1-10

Hermanos: Dios también os vivificó a vosotros, que
estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los
cuales vivisteis en otro tiempo, siguiendo el proceder
de este mundo, sometidos al príncipe que tiene su im-
perio en el aire, el espíritu que actúa ahora en los rebel-
des a la fe, entre los cuales vivíamos también nosotros,
siguiendo las apetencias de nuestra carne, poniendo por
obra sus deseos y sentimientos, y éramos por nuestro
natural hijos de cólera, como los demás.

Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran
amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos
por nuestros pecados, nos vivificó con Cristo —por pura
'gracia habéis sido salvados— y nos resucitó con él, y
nos hizo sentar en Ips cielos con Cristo Jesús. Así Dios,
en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, quiso
mostrar en los siglos venideros la sublime riqueza de
su gracia.

Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no
se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tam-
poco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.
Somos obra de Dios. Dios nos ha creado en Cristo Jesús,
para que nos dediquemos a las buenas obras, que él de-
terminó que practicásemos.

Responsorio

R. Cuando estábamos muertos por nuestros pecados,
Dios nos vivificó con Cristo, * nos resucitó con él, y
nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús.

V. Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo
único.

R. Nos resucitó con él, y nos hizo sentar en los cielos
con Cristo Jesús.

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de san Amadeo de Lausana, obispo

Observa cuan adecuadamente brilló por toda la tierra,
ya antes de la asunción, el admirable nombre de María
y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de
que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Con-
venía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor de-
bido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, pe-
netrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera
engrandecida aquí abajo, para, penetrar luego, llena de
santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud
en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del
Señor.

Así pues, durante su vida mortal gustaba anticipada-
mente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose
hasta Dios con inefable sublimidad, como también -des-
cendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad.
Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su ve-
neración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servi-
cios; también los apóstoles cuidaban de ella, especial-
mente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le
hubiese encomendado su madre virgen, a él, también vir-
gen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su reina,
éstos a su señora, y unos y otros se esforzaban en
complacerla con sentimientos de piedad y devoción.

Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes,
inundada como estaba por el mar inagotable de los ca-
rismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pue-
blo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que
superaban a las de cualquiera otra creatura. Daba la
salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada
como estaba del poder de resucitar de la muerte corpo-
ral y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido
de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos
volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por
la madre del Señor lo que deseaban.

Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la esposa,
madre del esposo único, suave y agradable, llena de deli-
cias, como una fuente de los jardines espirituales, como
un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza
del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las na-
ciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes
de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vír-
genes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su
Hijo, el rey de reyes, en medio de la alegría y exulta-
ción de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de
todos los bienaventurados, entonces se cumplió la pro-
fecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu dere-
cha está la reina enjoyada con oro de Ofir.

Responsorio

R. Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, ves-
tida del sol, con la luna bajo sus pies, * y una
corona de doce estrellas sobre su cabeza.

V. De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro
de Ofir.

R. Y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor, Dios nuestro, que nos has dado como madre
y como reina a la Madre de tu Hijo, concédenos que,
protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria
que tienes preparada a tus hijos en el reino de los
cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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