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Oficio de lectura
Martes XII Ordinario
SAN LUIS GONZAGA, religioso
Memoria

21 de junio

Nació el año 1568 cerca de Mantua, en Lombardía, hijo
de los príncipes de Castiglione. Su madre lo educó cristiana-
mente, y muy pronto dió indicios de su inclinación a la vida
religiosa. Renunció an favor de su hermano al título de prin-
cipe, que le correspondía por derecho de primogenitura, e in-
gresó en la Compañía de Jesús, en Roma. Cuidando enfermos
en los hospitales, contrájo él mismo una enfermedad que lo
llevó al sepulcro el año 1591.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Al Señor, al Dios grande, venid adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra!
Penetra como fuego
y divide la entraña
¡Nada como tu voz,
es terrible tu espada!
¡Nada como tu aliento,
es dulce tu palabra!

Tenemos que vivir
encendida la lámpara,
que para virgen necia
no es posible la entrada.
No basta con gritar
sólo palabras vanas,
no tocar a la puerta
cuando ya está cerrada.

Espada de dos filos
que me cercena el alma,
que hiere a sangre y fuego
esta carne mimada,
que mata los ardores
para encender la gracia.

Vivir de tus incendios,
luchar por tus batallas,
dejar por los caminos
rumor de tus sandalias.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra! Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas
tu rostro.

- Salmo 101 -
--I--

Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia .
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.

Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.

Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.

En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas
tu rostro.

Ant. 2 Escucha, Señor, la súplica de los indefensos.

--II--

Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.

Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas:
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.

Cuando el Señor recontruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte,

para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Escucha, Señor, la súplica de los indefensos.

Ant. 3 Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es
obra de tus manos.

--III--

Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;

y yo diré: "Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días."

Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es la obra de tus manos.

Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es
obra de tus manos.

VERSÍCULO

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.
R. Inclina tu oído a las palabras de mi boca.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras
6, 1-5. 14-22

En aquellos días, el rey Darío ordenó investigar en la
tesorería de Babilonia, que servía también de archivo,
y resultó que en Ecbatana, la fortaleza de la provincia
de Media, había un rollo redactado en los siguientes
términos:

«Memorándum. El año primero de su reinado, el rey
Ciro decretó, a propósito del templo de Jerusalén: "Cons-
truyase un templo donde ofrecer sacrificios, y echen sus
cimientos. Su altura será de sesenta codos, y su ancho
de otros sesenta. Tendrá tres hileras de piedras sillares
y una hilera de madera nueva. Los gastos correrán a car-
go de la corona. Además, los objetos de oro y plata de
la casa de Dios, que Nabucodonosor trasladó del templo
de Jerusalén al de Babilonia, serán devueltos al templo
de Jerusalén, para que ocupen su puesto en la casa de
Dios."»

El senado de Judá adelantó mucho la construcción,
cumpliendo las instrucciones de los profetas Ageo y Za-
carías, hijo de Ido, hasta que, por fin, la terminaron,
conforme a lo mandado por el Dios de Israel y por Ciro,
Darío y Artajerjes, reyes de Persia.

El templo se terminó el día tres del mes de Adar, el
año sexto del reinado de Darío. Los israelitas —sacerdo-
tes, levitas y resto de los deportados— celebraron con
júbilo la dedicación del templo, ofreciendo, con este mo-
tivo, cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos cor-
deros y doce machos cabríos —uno por tribu—, como
sacrificio expiatorio por todo Israel. El culto del templo
de Jerusalén se lo encomendaron a los sacerdotes, por
grupos, y a los levitas, por clases, como manda la ley
de Moisés.

Los deportados celebraron la Pascua el día catorce
del primer mes; como los levitas se habían purificado,
junto con los sacerdotes, estaban puros, e inmolaron la
víctima pascual para todos los deportados, para los sacer-
dotes sus hermanos y para ellos mismos. La comieron
los israelitas que habían vuelto del destierro y todos los
que, renunciando a la impureza de los colonos extranje-
ros, se unieron a ellos para servir al Señor, Dios de Is-
rael. Celebraron con gozo la fiesta de los Ázimos durante
siete días; festejaban al Señor porque, cambiando la ac-
titud del rey de Asiría, les dio fuerzas para trabajar en
el templo del Dios de Israel.

Responsorio

R. ¡Ánimo, pueblo entero! —oráculo del Señor—; a la
obra: que yo estoy con vosotros. * La gloria de este
segundo templo será mayor que la del primero y en
este sitio daré la paz.

V. Vendrá el Deseado de todo el mundo y llenaré de glo-
ria este templo.

R. La gloria de este segundo templo será mayor que la
del primero y en este sitio daré la paz.

SEGUNDA LECTURA

De una Carta de san Luis Gonzaga, dirigida a su madre

Pido para ti, ilustre señora, que goces siempre de la
gracia y del consuelo del Espíritu Santo. Al llegar tu car-
ta, me encuentro todavía en esta región de los muertos.
Pero un día u otro ha de llegar el momento de volar al
cielo, para alabar al Dios eterno en la tierra de los que
viven. Yo esperaba poco ha que habría realizado ya este
viaje antes de ahora. Si la caridad consiste, como dice
san Pablo, en alegrarse con los que se alegran y llorar
con los que lloran, ha de ser inmensa tu alegría, madre
ilustre, al pensar que Dios me llama a la verdadera ale-
gría, que pronto poseeré con la seguridad de no perderla
jamás.

Te he de confesar, ilustre señora, que al sumergir mi
pensamiento en la consideración de la divina bondad,
que es como un mar sin fondo ni litoral, no me siento
digno de su inmensidad, ya que él, a cambio de un traba-
jo tan breve y exiguo, me invita al descanso eterno y me
llama desde el cielo a la suprema felicidad, que con tanta
negligencia he buscado, y me promete el premio de unas
lágrimas, que tan parcamente he derramado.

Considéralo una y otra vez, ilustre señora, y guárdate
de menospreciar esta infinita benignidad de Dios, que es
lo que harías si lloraras como muerto al que vive en la
presencia de Dios y que con su intercesión puede ayu-
darte en tus asuntos mucho más que cuando vivía en este
mundo. Esta separación no será muy larga; volveremos a
encontrarnos en el cielo, y todos juntos, unidos a nues-
tro Salvador, lo alabaremos con toda la fuerza de nues-
tro espíritu y cantaremos eternamente sus misericordias,
gozando de una felicidad sin fin. Al morir, nos quita lo
que antes nos había prestado, con el solo fin de guardar-
lo en un lugar más inmune y seguro, y para enriquecer-
nos con unos bienes que superan nuestros deseos.

Todo esto lo digo solamente para expresar mi deseo
de que tú, ilustre señora, así como los demás miembros
de mi familia, consideréis mi partida de este mundo
como un motivo de gozo, y para que no me falte tu bendi-
ción materna en el momento de atravesar este mar hasta
llegar a la orilla en donde tengo puestas todas mis espe-
ranzas. Así te escribo, porque estoy convencido de que
ésta es la mejor manera de demostrarte el amor y respeto
que te debo como hijo.

Responsorio

R. Has conservado mi inocencia, Señor, * tú me man-
tienes siempre en tu presencia.

V. Prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con
los malvados.

R. Tú me mantienes siempre en tu presencia.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios nuestro, fuente y origen de todos los dones ce-
lestiales, tú que ungiste en san Luis Gonzaga una admira-
ble pureza de vida con la práctica de la penitencia, con-
cédenos, por sus méritos e intercesión, que los que no
hemos podido imitarlo en la inocencia de su vida lo imi-
temos en su espíritu de penitencia. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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