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Oficio de lectura
Sábado II Ordinario
SANTA INÉS, virgen y mártir
Memoria

21 de enero

Murió mártir en Roma en la segunda mitad del siglo III o,
más probablemente, a principios del IV. El papa Dámaso
honró su sepulcro con un poema, y muchos Padres de la Igle-
sia, a partir de san Ambrosio, le dedicaron alabanzas.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

A caminar sin ti, Señor, no atino;
tu palabra de fuego es mi sendero;
me encontraste cansado y prisionero
del desierto, del cardo y del espino.

Descansa aquí conmigo del camino,
que en Emaús hay trigo en el granero,
hay un poco de vino y un alero
que cobije tu sueño, Peregrino.

Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quiero, el corazón en fuego.

Y en diálogo sediento y torturado
se encontrarán en un solo latido,
cara a cara, tu amor y mi pecado. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Sólo el Señor hizo grandes maravillas: es eterna
su misericordia.

- Salmo 135-
--I--

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Sólo el Señor hizo grandes maravillas: es eterna
su misericordia.

Ant. 2 Con mano poderosa, con brazo extendido, sacó a
Israel de Egipto.

--II--

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Con mano poderosa, con brazo extendido, sacó a
Israel de Egipto.

Ant. 3 Dad gracias al Dios del cielo: él nos libró de
nuestros opresores.

--III--

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Ya Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel, su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Dad gracias al Dios del cielo: él nos libró de
nuestros opresores.

VERSÍCULO

V. Señor, enéñame tus camino.
R. Instrúyeme en tus sendas.

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos
7, 14-25

Hermanos: La ley, como ya lo sabemos, es de orden
espiritual; pero yo me encuentro dentro del orden natu-
ral, sometido a la debilidad humana y vendido a la acción
del pecado. No me explico lo que hago; porque no pongo
por obra lo que quisiera, sino que ejecuto lo que aborrez-
co. Y aunque hago lo que no quisiera, reconozco que la
ley es buena. Pero, en este caso, ya no soy yo quien lo
pone por obra, sino el pecado que mora en mí.

Ya sé que en mí, es decir, dentro de mi estado pura-
mente natural, no habita lo bueno; porque el querer está
a mi disposición, pero no lo está el ponerlo por obra. En
efecto, no hago el bien que quisiera, sino el mal que no
quisiera. Y, si pongo por obra lo que no quisiera, ya no
soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí.
Así que compruebo esta experiencia: que, aunque quisie-
ra practicar el bien, se encuentra en mí el mal.

Según el hombre interior, me complazco en la ley de
Dios; pero siento otra ley en mis miembros, que va lu-
chando contra la ley de mi razón y me va encadenando a
la ley del pecado que está en mis miembros.

¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo
de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nues-
tro, me veré libre! Así, pues, yo con mi razón sirvo a la
ley de Dios; pero, dentro de mi estado puramente natu-
ral, sirvo a la ley del pecado.

Responsorio

R. Si os dejáis guiar por el Espíritu, ya no estáis bajo la
ley. * El fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz.

V. Si vivimos por el Espíritu marchemos tras el Espí- ritu.

R. El fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre las vírgenes

Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una
virgen, imitemos su integridad; se trata también de una
mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de
santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a
los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una
parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan
tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de
dar testimonio en la persona de una jovencita.

¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida al-
guna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la
espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de ven-
cer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pue-
den soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y
si distraídamente se pican con una aguja se ponen a
llorar como si se tratara de una herida.

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del
verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chi-
rriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del
enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte,
pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuer-
za al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo
sus manos, y así, en medio de la sacrilega hoguera, sig-
nificaba con esta posición el estandarte triunfal de la
victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus
manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resul-
taban demasiado pequeños para quedar encerrados en
ellos.

¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de
ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria;
la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que pa-
recía imposible por su poca edad lo hizo posible su vir-
tud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nup-
cial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del
suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su
cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada
no de flores, sino de virtudes.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de
que con tanta generosidad entregara una vida de la que
aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese
vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera
ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía
aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue
capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era
incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, por-
que el Autor de la naturaleza puede hacer que sean su-
peradas las leyes naturales.

El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para
atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella.
Pero ella dijo:

«Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si
me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá.
¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca
el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que
yo no quiero.»

Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo
temblaba el verdugo, como si fuese él el condenado;
cómo temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo pali-
decían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña,
mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima
tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la
fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio.

Responsorio

R. Celebremos la festividad de santa Inés, recordemos
su glorioso martirio: * en su juventud afrontó la
muerte y encontró la vida.

V. Pues amó únicamente al Autor de la vida.

R. En su juventud afrontó la muerte y encontró la
vida.

ORACIÓN.

Oremos:
Dios todopoderoso y eterno, que te has complacido en
elegir lo débil a los ojos del mundo para confundir a
los que se creían fuertes, concéde a quienes estamos
celebrando el martirio de santa Inés imitar la heroica
firmeza de su fe. Por nuestro señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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