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Oficio de lectura
Sábado XV Ordinario
NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN
Memoria

16 de julio

Las sagradas Escrituras celebran la belleza del Carmelo,
donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe de Israel en
el Dios vivo. En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron a
aquel monte, constituyendo más tarde una Orden dedicada a
la vida contemplativa, bajo el patrocinio de la Virgen María.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Del Señor es la tierra y cuanto la llena;
venid adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Señor, tú me llamaste
del fondo del no ser todos los seres,
prodigios del cincel de tu palabra,
imágenes de ti resplandecientes.

Señor, tú que creaste
la bella nave azul en que navegan
los hijos de los hombres, entre espacios
repletos de misterio y luz de estrellas.

Señor, tu que nos diste
la inmensa dignidad de ser tus hijos,
no dejes que el pecado y que la muerte
destruyan en el hombre el ser divino.

Señor, tú que salvaste
al hombre de caer en el vacío,
recréanos de nuevo en tu Palabra
y llámanos de nuevo al paraíso.

Oh Padre, tú que enviaste
al mundo de los hombres a tu Hijo,
no dejes que se apague en nuestras almas
la luz esplendorosa de tu Espíritu. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Dad gracias al Señor por su misericordia, por
las maravillas que hace con los hombres.

- Salmo 106-
--I--

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Que lo confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente.

Erraban por un desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida;
pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arranco de la tribulación.

Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada,
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes.

Yacían en oscuridad y tinieblas,
cautivos de hierros y miserias;
por haberse rebelado contra los mandamientos,
despresiado el plan del Altísimo.

Él humilló su corazón con trabajos,
sucumbían y nadie los socorría.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Los sacó de las sombrías tinieblas,
arrancó sus cadenas.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Destrozó las puertas de bronce,
quebró los cerrojos de hierro.

Estaban enfermos, por sus maldades,
por sus culpas eran afligidos;
aborrecían todos los manjares,
y ya tocaban las puertas de la muerte.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Envió su palabra, para curarlos,
para salvarlos de la perdición.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Ofrézcanle sacrificios de alabanza,
y cuenten con entusiasmo sus acciones.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Dad gracias al Señor por su misericordia, por
las maravillas que hace con los hombres.

Ant. 2 Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.

--II--

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
su vida se marchitaba por el mareo,
rodaban, se tambaleaban como ebrios,
y nos les valía su pericia.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.

Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bananza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

Aclámenlo en la asamblea del pueblo,
alábenlo en el consejo de los ancianos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.

Ant. 3 Los rectos lo ven y se alegran y comprenden
la misericordia del Señor.

--III--

Él transforma los ríos en desierto,
los manantiales de agua en aridez;
la tierra fértil en marismas,
por la depravación de sus habitantes.

Transforma el desierto en estanques,
el erial en manantiales de agua.
Coloca allí a los hambrientos,
y fundan una ciudad para habitar.

Siembran campos, plantan huertos,
recogen cosechas.
Los bendice, y se multiplican,
y no les escatima el ganado.

Si menguan, abatidos por el peso
de infortunios y desgracias,
el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes
y los descarría por una soledad sin caminos
levanta a los pobres de la miseria
y multiplica sus familias como rebaños.

Los rectos lo ven y se alegran,
a la maldad se le tapa la boca.
Él que sea sabio que recoja estos hechos
y comprenda la misericordia del Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Los rectos lo ven y se alegran y comprenden
la misericordia del Señor.

VERSÍCULO

V. Tu fidelidad, Señor, llega hasta las nubes.
R. Tus sentencias son como el océano inmenso.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job
7, 1-21

Job tomó la palabra y dijo:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio
militar. Sus días son como los de un jornalero: como el
esclavo, que suspira por la sombra, como el peón, que
aguarda su salario.

Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches
de fatiga; al acostarme pienso: "¿Cuándo me levantaré?"
Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el
alba: mi carne está cubierta de gusanos y de costras
terrosas, la piel se me rompe y me supura. Mis días
corren más que la lanzadera y se consumen sin espe-
ranza.

Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no
verán más la dicha; los ojos que me veían ya no me
verán, y cuando tus ojos me busquen habré desapa-
recido.

Como pasa la nube y se deshace, el que baja a la
tumba no sube ya; no vuelve a su casa, su morada no
vuelve a verlo. Por eso no frenaré mi lengua, hablará
mi espíritu angustiado y mi alma amargada se quejará.

¿Soy acaso el monstruo marino o el Dragón para que
me pongas un guardián? Cuando pienso que el lecho me
aliviará y la cama soportará mis quejidos, entonces me
espantas con sueños y me aterrorizas con pesadillas. Pre-
feriría morir asfixiado, preferiría la muerte, más que
estos dolores.

No he de vivir por siempre: déjame, que mis días son
un soplo. ¿Qué es el hombre para que le des importancia,
para que tanto te ocupes de él, para que le pases revista
por la mañana y lo examines a cada momento? ¿Por
qué no apartas de mí la vista y no me dejas ni tragar
saliva?

Si he pecado, ¿qué te he hecho, Centinela del hom-
bre? ¿Por qué me has tomado como blanco y me he con-
vertido en carga para ti? ¿Por qué no me perdonas mi
delito y borras ya mi iniquidad? Muy pronto me acostaré
en el polvo, me buscarás y ya no existiré.»

Responsorio

R. Mi carne está cubierta de gusanos y de costras te-
rrosas, la piel se me rompe y me supura. * Recuerda,
Señor, que mi vida es un soplo.

V. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen
sin esperanza.

R. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san León Magno, papa

Dios elige a una virgen de la descendencia real de
David; y esta virgen, destinada a llevar en su seno el
fruto de una sagrada fecundación, antes de concebir
corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la
concibió en su espíritu. Y, para que no se espantara,
ignorando los designios divinos, al observar en su cuer-
po unos cambios inesperados, conoce, por la conversa-
ción con el ángel, lo que el Espíritu Santo ha de operar
en ella. Y la que ha de ser Madre de Dios confía en que
su virginidad ha de permanecer sin detrimento. ¿Por qué
había de dudar de este nuevo género de concepción, si
se le promete que el Altísimo pondrá en juego su poder?
Su fe y su confianza quedan, además, confirmadas cuan-
do el ángel le da una prueba de la eficacia maravillosa
de este poder divino, haciéndole saber que Isabel ha ob-
tenido también una inesperada fecundidad: el que es
capaz de hacer concebir a una mujer estéril puede hacer
lo mismo con una mujer virgen.

Así, pues, el Verbo de Dios, que es Dios, el Hijo de
Dios, que ya al comienzo estaba con Dios, por quien em-
pezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las que
existen empezó a ser sino por él, se hace hombre para
librar al hombre de la muerte eterna; se abaja hasta
asumir nuestra pequenez, sin menguar por ello su ma-
jestad, de tal modo que, permaneciendo lo que era y
asumiendo lo que no era, une la auténtica condición de
esclavo a su condición divina, por la que es igual al Pa-
dre; la unión que establece entre ambas naturalezas es
tan admirable, que ni la gloria de la divinidad absorbe
la humanidad, ni la humanidad disminuye en nada la
divinidad.

Quedando, pues, a salvo el carácter propio de cada
una de las naturalezas, y unidas ambas en una sola per-
sona, la majestad asume la humildad, el poder la debi-
lidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda
contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza
invulnerable se une a la naturaleza pasible, Dios ver-
dadero y hombre verdadero se conjugan armoniosamen-
te en la única persona del Señor; de este modo, tal como
convenía para nuestro remedio, el único y mismo me-
diador entre Dios y los hombres pudo a la vez morir y
resucitar, por la conjunción en él de esta doble condi-
ción. Con razón, pues, este nacimiento salvador había
de dejar intacta la virginidad de la madre, ya que fue a
la vez salvaguarda del pudor y alumbramiento de la
verdad.

Tal era, amadísimos, la clase de nacimiento que con-
venía a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; con él se
mostró igual a nosotros por su humanidad, superior a
nosotros por su divinidad. Si no hubiera sido Dios ver-
dadero, no hubiera podido remediar nuestra situación;
si no hubiera sido hombre verdadero, no hubiera podido
darnos ejemplo.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos
de'gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en
la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven,
en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por
medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no
habría de alegrarse la pequenez humana ante esta obra
inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso
los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella
un gozo tan intenso?

Responsorio

R. Celebremos la festividad de la gloriosa Virgen Ma-
ría, en cuya humildad puso el Señor sus ojos; * ella
concibió al Salvador del mundo, como el ángel lo
anunció.

V. Cantemos alabanzas a Cristo en este día, al celebrar
las glorias de la admirable Madre de Dios.

R. Ella concibió al Salvador del mundo, como el ángel
lo anunció.

ORACIÓN.

Oremos:
Haz venir, Señor, sobre nosotros la poderosa inter-
cesión de la gloriosa Virgen María, para que, protegidos
con su auxilio, podamos llegar a tu monte santo, que es
Jesucristo, tu Hijo. Que vive y reina contigo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.

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