Nacío en Nápoles el año 1696; obtuvo el doctorado en am-
bos derechos, recibió la ordenación sacerdotal e instituyó la
Congregación llamada del Santísimo Redentor. Para fomentar
la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a la predicación y a
la publicación de diversas obras, sobre todo de teología moral,
material en la que es considerado un auténtico maestro. Fue
elegido obispo de Sant' Agata de' Goti, pero algunos años
después renunció a dicho cargo y murió entre los suyos, en
Pagani, cerca de Nápoles, el año 1787.
Daniel +
1972-2001
INVITATORIO
V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant Venid, adoremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
HIMNO
Con gozo el corazón cante la vida,
presencia y maravilla del Señor,
de luz y de color bella armonía,
sinfónica cadencia de su amor.
Palabra esplendorosa de su Verbo,
cascada luminosa de verdad,
que fluye en todo ser que en él fue hecho
imagen de su ser y de su amor.
La fe cante al Señor, y su alabanza,
palabra mensajera del amor,
responda con ternura a su llamada
en himno agradecido a su gran don.
Dejemos que su amor nos llene el alma
en íntimo diálogo con Dios,
en puras claridades cara a cara,
bañadas por los rayos de su sol.
Al Padre subirá nuestra alabanza
por Cristo, nuestro vivo intercesor,
en alas de su Espíritu que inflama
en todo corazón su gran amor. Amén.
SALMODIA
Ant.1 La promesa del Señor es escudo para los que
a ella se acogen.
- Salmo 17, 31-51-
--IV--
Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen.
¿Quién es dios fuera del Señor?
¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?
Dios me ciñe de valor
y me enseña un camino perfecto;
él me da pies de ciervo
y me coloca en las alturas;
él adiestra mis manos para la guerra,
y mis brazos para tensar la ballesta.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant.1 La promesa del Señor es escudo para los que
a ella se acogen.
Ant. 2 Tu diestra, Señor, me sostuvo.
--V--
Me dejaste tu escudo protector,
tu diestra me sostuvo,
multiplicaste tus cuidados conmigo.
Ensanchaste el camino a mis pasos
y no flaquearon mis tobillos;
yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo;
y no me volvía sin haberlo aniquilado:
los derroté y no pudieron rehacerse,
cayeron bajo mis pies.
Me ceñiste de valor para la lucha,
doblegaste a los que me resistían;
hiciste volver la espalda a mis enemigos,
rechazaste a mis adversarios.
Pedían auxilio, pero nadie los salvaba;
gritaban al Señor, pero no les respondía.
Los reduje a polvo, que arrebata el viento;
los pisoteaba como barro de las calles.
Me libraste de las contiendas de mi pueblo,
me hiciste cabeza de naciones,
un pueblo extraño fue mi vasallo.
Los extrnjeros me adulaban,
me excuchaban y me obedecían.
Los extrangeros palidecían
y salían temblando de sus baluartes.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 2 Tu diestra, Señor, me sostuvo.
Ant. 3 Viva el Señor, sea ensalzado mi Dios y Salvador.
--VI--
Viva el Señor, bendita sea mi roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
el Dios que me dio el desquite
y me sometió los pueblos;
que me libró de mis enemigos,
me levantó sobre los que resistían
y me salvó del hombre cruel.
Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre:
tu diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido,
de David y su linaje por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. 3 Viva el Señor, sea ensalzado mi Dios y Salvador.
VERSÍCULO
V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.
PRIMERA LECTURA
Del libro de Job
38, 1-30
El Señor respondió a Job desde el seno de la tem-
pestad:
«¿Quién es ése que denigra mis designios con pala-
bras sin sentido? Si eres hombre cabal, ciñe tu cintura;
voy a interrogarte y tú responderás.
¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Dímelo, si
es que sabes tanto. ¿Quién señaló sus dimensiones? —si
lo sabes—, o ¿quién le aplicó la cinta de medir? ¿Dónde
encajan sus cimientos?, ¿quién su piedra angular fun-
damentó, ante el aplauso jubiloso de los astros matuti-
nos y entre las aclamaciones de los ángeles de Dios?
¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando sa-
lía impetuoso desde el seno, cuando le puse nubes por
mantillas y niebla por pañales, cuando le impuse un
límite con puertas y cerrojos, y le dije: "Hasta aquí lle-
garás, no más allá; aquí se romperá el orgullo de tus
olas"?
¿Has mandado en tu vida a la mañana o asignaste a
la aurora su lugar, para que aferré a la tierra por los
bordes y sacuda de ella a los malvados, para que la
transforme como arcilla bajo el sello y la tina de colo-
res como una vestidura, para que quite su luz a los
impíos y quebrante el brazo sublevado?
¿Has entrado hasta las fuentes de los mares o pa-
seado por la hondura del océano? ¿Te han enseñado las
puertas de la muerte o has visto los portales de las som-
bras? ¿Has examinado la anchura de la tierra? Cuénta-
melo, si es que tú todo lo sabes.
¿Por dónde se va a la casa de la luz y dónde viven
las tinieblas? ¿Podrías conducirlas a su tierra, enseñar-
les el camino de su casa? ¡Oh, tienes que saberlo, pues
para entonces tú ya habías nacido, y es tan grande la
cuenta de tus días...!
¿Has entrado a los depósitos de nieve? ¿Has visitado
los graneros del granizo, que reservo para la hora del
peligro, para el día de la guerra y del combate?
¿Por qué punto se divide el rayo? ¿Por dónde se di-
funde el viento del oriente? ¿Quién ha abierto un canal
al aguacero y una ruta al relámpago y al trueno, para
que llueva en las tierras despobladas, en la estepa que
el hombre no frecuenta, para que beba el desierto deso-
lado y brote hierba en el páramo desnudo?
¿Tiene padre la lluvia? ¿Quién engendra las gotas del
rocío? ¿De qué seno sale el hielo? Y la escarcha del cie-
lo ¿quién la engendra, cuando el agua se endurece como
piedra y se congela la explanada del océano?»
Responsorio
R. ¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para pedir cuentas a
Dios? * ¿Puede acaso la vasija de barro decir al alfa-
rero: «Por qué me has hecho así»?
V. Si eres hombre cabal, ciñe tu cintura; voy a interro-
garte y tú responderás.
R. ¿Puede acaso la vasija de barro decir al alfarero:
«Por qué me has hecho así»?
SEGUNDA LECTURA
De las Obras de san Alfonso María de Ligorio, obispo
Toda la santidad y la perfección del alma consiste
en el amor a Jesucristo, nuestro Dios, nuestro sumo bien
y nuestro redentor. La caridad es la que da unidad y
consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre
perfecto.
¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? Él
nos ha amado desde toda la eternidad. «Considera, oh
hombre —así nos habla—, que yo he sido el primero en
amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera existía el
mundo, y yo ya te amaba. Desde que existo, yo te amo.»
Dios, sabiendo que al hombre se lo gana con benefi-
cios, quiso llenarlo de dones para que se sintiera obli-
gado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor
con los mismos lazos con que habitualmente se dejan
seducir: con los vínculos del amor.» Y éste es el motivo
de todos los dones que concedió al hombre. Además de
haberle dado un alma dotada, a imagen suya, de me-
moria, entendimiento y voluntad, y un cuerpo con sus
sentidos, no contento con esto, creó, en beneficio suyo,
el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y todo
ello por amor al hombre, para que todas aquellas crea-
turas estuvieran al servicio del hombre, y así el hom-
bre lo amara a él en atención a tantos beneficios.
Y no sólo quiso darnos aquellas creaturas, con toda
su hermosura, sino que además, con el objeto de con-
quistarse nuestro amor, llegó al extremo de darse a sí
mismo por entero a nosotros. El Padre eterno llegó a
darnos a su Hijo único. Viendo que todos nosotros está-
bamos muertos por el pecado y privados de su gracia,
¿qué es lo que hizo? Llevado por su amor inmenso, me-
jor aún, excesivo, como dice el Apóstol, nos envió a su
Hijo amado para satisfacer por nuestros pecados y para
restituirnos a la vida, que habíamos perdido por el
pecado.
Dándonos al Hijo, al que no perdonó, para perdonar-
nos a nosotros, nos dio con él todo bien: la gracia, la
caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas son cier-
tamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su
propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará con él todo lo demás?
Responsorio
R. El Señor satisface los deseos de sus fieles, escucha
sus gritos, y los salva. * El Señor guarda a los que
lo aman.
V. Quien ha nacido de Dios no comete pecado, porque
su germen permanece en él.
R. El Señor guarda a los que lo aman.
ORACIÓN.
Oremos:
Dios nuestro, propones constantemente a tu Igle-
sia nuevos modelos de vida cristiana, apropiados a todas
las circunstancias en que puedan vivir tus hijos, concé-
denos imitar el celo apostólico que desplegó el santo
obispo Alfonso María de Ligorio por la salvación de sus
hermanos, para que, como él, lleguemos también a re-
cibir el premio reservado a tus servidores fieles. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
CONCLUSIÓN.
V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.
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