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Laudes
Jueves I de Adviento
SAN AMBROSIO,
obispo y doctor de la Iglesia
Memoria

Nació en Tréveris, hacia el año 340, de una familia roma-
na. Estudió en Roma y comenzó una brillante carrera en
Sirmio. El año 374, mientras vivía en Milán, fue inesperada-
mente elegido obispo de aquella ciudad y fue ordenado el día
7 de diciembre. Cumplió con toda fidelidad su ministerio,
ejercitándose principalmente en la caridad para con todos,
como verdadero pastor y maestro de sus fieles. Protegió con
valentía los derechos de la Iglesia; con sus escritos y con sus
obras, defendió, contra los arrianos, la fe verdadera. Murió
en Sábado santo, el dia 4 de abril del año 397.

Martha de Jesús+
1941-2008

Daniel +
1972-2001

INVITATORIO

V. Señor, abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
[Sal 94] ó [Sal 99] ó [Sal 66] ó [Sal 23]

HIMNO

Ven, Señor, no tardes,
ven, que te esperamos;
ven, Señor, no tardes,
ven pronto, Señor.

El mundo muere de frío,
el alma perdió el calor,
los hombres no son hermanos
porque han matado al Amor.

Envuelto en noches sombrías,
gime el mundo de pavor;
va en busca de una esperanza,
buscando tu fe, Señor.

Al mundo le falta vida
y le falta corazón;
le falta cielo en la tierra,
si no lo riega tu amor.

Roma el cielo su silencio,
baje el rocío a la flor,
ven, Señor, no tardes tanto,
ven, Señor. Amén.

SALMODIA

Ant. 1 Despertad, cítara y arpa; despertaré a
la aurora.

- Salmo 56 -

Misericordia, Dios mío, misericordia,
que mi alma se refugia en ti;
me refugio a las sombras de tus alas
mientras pasa la calamidad.

Invoco al Dios Altísimo,
al Dios que hace tanto por mí:
desde el cielo me enviará la salvación,
confundirá a los que ansían matarme,
enviará su gracia y su lealtad.

Estoy echado entre leones
devoradores de hombres;
sus dientes son lanzas y flechas,
su lengua es una espada afilada:

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Han tendido una red a mis pasos
para que sucumbiera;
me han cavado delante una fosa,
pero han caído en ella.

Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón está firme.
Voy a cantar y a tocar:
despierta, gloria mía;
Despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora.

Te daré gracias ante los pueblos, Señor;
tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad, que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.

Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 1 Despertad, cítara y arpa; despertaré a
la aurora.

Ant. 2 Mi pueblo se saciará de mis bienes, dice
el Señor.

Cántico
Jr. 31,10-14

Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
" el que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño;
porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescato de una mano más fuerte."

Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor:
hacia el trigo y el vino y el aceite,
a los rebaños de ovejas y de vacas;
su alma será como un huerto regado,
y no volverán a desfallecer.

Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozará los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas;
alimentaré a los sacerdotes
con manjares sustanciosos,
y mi pueblo se saciará de mis bienes.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Mi pueblo se saciará de mis bienes, dice
el Señor.

Ant. 3 Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios.

- Salmo 47 -

Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra:

el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.

Mirad : los reyes se aliaron
para atacarla juntos;
pero, al verla, quedaron aterrados
y huyeron despavoridos;

allí los agarró un temblor
y dolores como de partos;
como un viento del desierto,
que destroza las naves de Tarsis.

Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad de Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios:
que Dios la ha fundado para siempre.

¡Oh Dios!, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
como tu renombre, ¡oh Dios!, tu alabanza
llega al confín de la tierra;

tu diestra está llena e justicia:
el monte Sión se alegra,
las ciudades de Judá se gozan
con tus sentencias.

Dad la vuelta en torno a Sión,
contando sus torreones;
fijaos baluartes,
observad sus palacios,

para poder decirles a la próxima generación:
"Este es el Señor, nuestro Dios."
Él nos guiará por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios.

LECTURA BREVE

Is 45, 8

Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo;
ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germi-
ne la justicia.

SEGUNDA LECTURA

De las Cartas de san Ambrosio, obispo

Has recibido la carga del sacerdocio. Sentado en la
popa de la Iglesia, gobiernas la nave en medio de las
olas que la combaten. Manten firme el timón de la fe,
para que las fuertes tormentas de este mundo no te ha-
gan desviar de tu rumbo. El mar es ciertamente grande
y dilatado, pero no temas, porque él la fundó sobre los
mares, él la afianzó sobre los ríos.

Por ello no es de extrañar que, en medio de un mun-
do tan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre la
roca apostólica, permanezca estable y, a pesar de los fu-
riosos embates del mar, resista inconmovible en sus ci-
mientos. Las olas baten contra ella, pero se mantiene
firme y, aunque con frecuencia los elementos de este
mundo choquen con gran fragor, ella ofrece a los ago-
biados el seguro puerto de salvación.

Sin embargo, aunque fluctúa en el mar, se desliza por
los ríos, principalmente por aquellos ríos de los que dice
el salmo: Levantan los ríos su voz. Porque existen unos
ríos que manan de aquel que ha tomado de Cristo la
bebida y ha recibido el Espíritu de Dios. Éstos son los
ríos que, por la abundancia desbordante de la gracia es-
piritual, levantan su voz.

Y existe también un río que se precipita entre sus san-
tos como un torrente. Y existe un río que, como el co-
rrer de las acequias, alegra al alma pacífica y tranquila.
Todo aquel que recibe de la plenitud de este río, como
Juan Evangelista, como Pedro y Pablo, levanta su voz;
y, así como los apóstoles pregonaron por todos los con-
fines de la tierra el mensaje evangélico, así también éste
se lanza a anunciar esa Buena Nueva del Señor Jesús.

Recibe, pues, de Cristo, para que puedas hablar a los
demás. Acoge en ti el agua de Cristo, aquella que alaba
al Señor. Recoge el agua proveniente de diversos luga-
res, la que derraman las nubes de los profetas.

Todo aquel que recoge el agua de los montes, el que
la hace venir y la bebe de las fuentes, la derrama luego
como las nubes. Llena, pues, de esta agua tu interior,
para que la tierra de tu corazón quede humedecida y re-
gada por sus propias fuentes.

Para llenarse de esta agua es necesaria una frecuente
e inteligente lectura; así, una vez lleno, regarás a los
demás. Por esto dice la Escritura: Si las nubes van lle-
nas, vierten lluvia sobre la tierra.

Sean, pues, tus palabras fluidas, claras y transparen-
tes, de modo que tu predicación infunda suavidad en los
oídos de tu pueblo y con el atractivo de tus palabras lo
hagas dúctil. De este modo te seguirá de buen grado a
donde lo lleves.

Tus exhortaciones estén llenas de sabiduría. En este
sentido, dice Salomón: Las armas del espíritu son los la-
bios del sabio; y, en otro lugar: Tus labios estén atados
por la inteligencia, es decir, que tus sermones brillen por
su claridad e inteligencia, y que tus exhortaciones y tra-
tados no tengan necesidad de apoyarse en las afirma-
ciones de los demás, sino que tus palabras se defiendan
con sus propias armas, y que ninguna palabra vana y sin
inteligencia salga de tu boca.

RESPONSORIO BREVE

V. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.
R. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

V. Su gloria aparecerá sobre ti.
R. Amanecerá el Señor.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en él
mientras se acerca. Aleluya.

Cántico de Zacarías
Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en él
mientras se acerca. Aleluya.

PRECES.

Invoquemos confiados a Cristo, fuerza y sabiduría
de Dios, cuyo gozo es estar con los hijos de los hom-
bres, y digámosle:

Quédate junto a nosotros, Señor.

Señor Jesucristo, que nos has llamado al reino de
tu luz,
haz que nuestra vida sea agradable a Dios Padre.

Tú que, desconocido por el mundo, has acampado
entre nosotros,
manifiesta tu rostro a todos los hombres.

Tú que estás más cerca de nosotros que nosotros
mismos,
fortalece nuestros corazones con la esperanza de
la salvación.

Tú que eres la fuente de toda santidad,
consérvanos santos y sin mancha hasta el día de
tu venida.

Se pueden añadir algunas intenciones libres
peticiones

Digamos a nuestro Padre con toda confianza:

Padre nuestro .............

ORACIÓN.

Señor Dios, que hiciste del obispo san Ambrosio un
insigne maestro de la fe católica y un admirable ejemplo
de fortaleza apostólica, suscita en tu Iglesia hombres se-
gún tu corazón, que guíen siempre a tu pueblo con for-
taleza y sabiduría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal
y nos lleve a la vida eterna.
R, Amén.

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